CLASIFICADOS
› Por Roxana Sandá
Inició un viaje de más de mil kilómetros desde su Paraguay natal hasta La Plata con la promesa de trabajo estable como empleada doméstica y buen sueldo, pero el mes pasado terminó cautiva en una red de trata de mujeres. La joven de 18 años logró ocultar su celular y enviarle un mensaje de texto a su hermana, que vive en Berisso, con la leyenda “me secuestraron y quieren que sea prostituta. Vení a sacarme”. El hecho fue resuelto días atrás, cuando la policía logró rescatarla de una casa en el barrio Policlínico y detuvo a dos hombres de 27 y 28 años que regenteaban el lugar y mantenían encerradas a otras chicas secuestradas y obligadas a prostituirse. Jamás había imaginado ese horizonte negro, acaso de tanto viajar desde Asunción para visitar a su hermana. ¿Cómo dudar entonces en su propia ciudad de aquella conocida que le había procurado una vacante de empleada doméstica en La Plata? Si hasta la acompañó a la terminal de Asunción para despedirse en el estribo del micro que la llevaría a la Argentina, vía Misiones. ¿Cómo sospechar siquiera que la parada anunciada por la empresa de ómnibus en Posadas iba a convertirse en su propia trampa? Dice que los cuatro hombres armados que la sorprendieron al bajar de la unidad y la metieron a empujones en un auto no le dieron tiempo a nada. Según la coordinadora regional del Programa de Apoyo a las Redes de Mujeres de APC, América latina y Caribe, Dafne Sabanes Plou, estos casos se replican en millones según un listado habitual de engaños por contacto directo o virtual, estafas, secuestros, desplazamientos entre países y desapariciones forzadas. Resulta casi una obviedad detectar anuncios convocando niñeras, empleadas domésticas, mozas y bailarinas para hacerlas caer en el viejo delito de la prostitución forzada de personas, aun cuando algunos clasificados, sobre todo los que utilizan nuevas tecnologías de comunicación, como Internet, tengan visos de seriedad. Desarmar la captación de mujeres en cualquiera de sus modalidades significa hoy pretender frenar un tsunami con las manos. Por caso, la investigadora Kathleen Maltzahn, creadora del proyecto no gubernamental Respect, de lucha contra la trata en Australia, se pregunta qué ocurre cuando en el mundo virtual de la red aparece un concepto que sugiere el movimiento real de las personas. Cuando se asocian trata y tráfico con tecnologías de la información, reflexiona Maltzahn, se reproducen al infinito los impactos negativos sobre las mujeres. Y además del horror se perpetúan, qué duda cabe, los estereotipos de género.
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