CALLEJERA (S)
› Por Soledad Vallejos
La costumbre puede ser un andar cómodo, más o menos cansino, más o menos previsible y capaz de permitir una tranquilidad, valga la redundancia, de lo más tranquilizadora cuando de lo que se trata es de sortear cada día lo más disimuladamente posible. Que tampoco se puede una andar preguntando las cosas todos los días, vamos. Pero, por otro lado, esa misma costumbre, esa manía de poner etiquetitas que en realidad nadie pretende leer, tiene necesariamente el efecto de un par de anteojeras grandes, bien grandes. Y curiosamente, esas anteojeras muestran más de lo que tapan, en especial si de lo que se trata es de la alarma que evidentemente anda cundiendo en las redacciones del mundo desde que los electorados de unos cuantos países se han decidido a sentar a mujeres en cargos ejecutivos. Alguna malpensada podría decir que dicen: “primero fue en Alemania, pero no me preocupé, porque quedaba en Europa; después fue Chile, pero tampoco me preocupé porque quedaba al otro lado de la cordillera; ahora dicen que va a ser en Francia, pero de nuevo queda en Europa; en un año, cuando sea el turno de las presidenciales argentinas, ¿estarán tocando a esta puerta?”.
Es que parece, nomás, que le costó, cuesta y sigue costando mucho más de lo imaginable. A lo que en un alarde de generosidad podríamos llamar imaginario todavía se le hace cuesta arriba ver mujeres políticas y no tratarlas como chicas, en el sentido más bobo (y evidente) de la palabra. Si a la gran mayoría de las mujeres que quedaron instaladas como cuadros políticos de la escena argentina (a fuerza, vale decirlo, de una insistencia nada sencilla y bastante extendida en el tiempo, aunque en líneas generales eso nada tiene que ver con tácticas asociadas al género) se las narra lisa y llanamente con los patrones de la política de lo masculino (en sus gestos y sus palabras, en sus asociaciones como esposa de, hermana de, e inclusive, o sobre todo, como auxiliar de un proyecto no del todo propio), a las que están en tren de insertarse con proyección nacional, o con perfil propio de cara a una disputa por espacios, no les facilita el camino para habilitar otro discurso. Son las reglas del star system, por caso, las que prescriben que una mujer sea figura por derecho propio (militancia adolescente, actuación en cargo legislativo, papeles estelares en gestiones diversas) siempre y cuando pague un tributo. Que ella, llegado el caso, se ocupe de desmentir cualquier rasgo que la haga pasar por feminista. O que, desde lo performático, opere por partida doble: algo como exacerbar una feminidad dedicada a la tribuna, y a la vez masculinizar acciones, gestos, discursos, para que nadie se confunda (es la única estrella en un cielo de hombrecitos). Ese mismo star system puede permitir la irrupción de otra mujer siempre y cuando sea fácil, grosso modo, de guardar en alguna casilla del estilo “la loca”, “la gorda”, y una no muy imaginativa seguidilla de etcéteras que no vienen al caso.
Pero si esas soluciones prearmadas fallan, ¿qué hacer? Pues, por ejemplo, lo que pudo leerse hace unos días a cuento de una entrevista a Margarita Stolbizer. Viene de enfrentar a Raúl Alfonsín, de convertirse en secretaria general de un partido en eterna agonía, de intentar posicionarse con proyección nacional y, sin embargo, lo que se rescató de ella fue un título capaz de matar de envidia a cualquier magazine de la tarde: “Siempre envidié la voluntad de Carrió para hacer dieta”. Como lo último que se pierde es la esperanza y lo primero que se hace son cuentas, una pequeña miradita (quizá excesivamente) racional contabilizó rápidamente: de 22 preguntas, ¡12! refirieron estereotipos sobre ser-una-mujer-moderna. A saber: “¿(en política) las mujeres ganan espacio por méritos propios o por el fracaso de los hombres?”, “¿qué piensa de suscolegas que cambian de ‘look’ con dietas o apliques en el cabello al hacerse famosas?”, ¿se haría un “retoque”?, ¿entre las mujeres “hay envidias menos sanas”?, ¿una determinada respuesta se origina en la “intuición femenina”?. Y después hay gente que dice que no se exigen definiciones políticas, habráse visto.
Será el verano.
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