VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Carla Castelo
Vidas perfectas
Los countries por dentro
Editorial Sudamericana
197 páginas
La palabra country hace tiempo que dejó de definir un espacio. Deslizada hacia el rol de adjetivo –ser country, estilo country, violencia country, mujer y familia country– representa la condensación de un estado de cosas que supera los límites de un espacio empalizado y con personal de seguridad en la entrada. Además, a esta altura, un country es un barrio cerrado, un grupo de gente que subdivide un terreno, los históricos de la década del ‘30, los recientemente copiados de Hollywood, la promesa de verde. Las características que conforman el estereotipo fijado por las amas de casa desesperadas o por viudas como las de los jueves, por las creaciones mediáticas, los crímenes sin castigo de Norita y María Martha, son demasiado ampulosas y patéticas para ser completamente creíbles.
Por eso, la idea de una crónica periodística que se atreva a ingresar en los intersticios de un mundo cerrado despojada de prejuicios resulta seductora, perversa y absolutamente necesaria. Después de todo, muchos de los que ahora están allí hace muy poco estaban del otro lado. ¿Qué eran? ¿Qué son? ¿Qué los llevó hasta esas tierras?
Este viaje periodístico emprende Carla Castelo, salvo en lo referido al asunto de entrar sin prejuicios, cuando partiendo desde el centro y en el colectivo 57 se llega a los barrios cerrados del norte y logra que los lugareños hablen y se definan con sus propias palabras.
Tal vez una de las revelaciones más interesantes sea la de que la mayoría está dispuesta a criticar la vida country como si no formara parte de ella. Las mujeres, y aquí parecen no existir las “hermanas de género”, critican la frivolidad de las mujeres, los adultos critican el vandalismo de los adolescentes, los adolescentes critican el arribismo de los padres. Castelo hilvana en capítulos breves y amables para con lectoras y lectores impacientes confesiones de dueñas de countries, administradores, asistentes, gente de seguridad, mucamas, señoras, señores, hijos y viudas.
Acompañada de todos los prejuicios que se puedan tener y una opinión formada nada difícil de compartir por bien pensantes –“no podía evitar una suave sensación de claustrofobia cuando rodeábamos la cancha de golf”–, Castello encuentra complicidad en sus protagonistas. la gente con la que habla redobla la apuesta con intervenciones políticamente incorrectas: “Porque no tenemos la culpa de que haya pobres. Aunque porque nos encerramos parece que tuviéramos alguna responsabilidad”. Los entrevistados de estas vidas perfectas parecen estar diciendo: “¿Ven que al final todos podemos estar de acuerdo?”.
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