VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Derrumbe
Daniel Guebel
Mondadori
192 páginas
Un edificio se derrumba sobre sí mismo. Sin perturbar la calma de los otros, elegante y rotunda caída; en el hueco de humo queda la imagen ideal de lo que fue. La técnica se llama implosión y requiere de por lo menos dos elementos: explosivos ubicados en sitios estratégicos, tirantes que provocan la caída de muros, columnas y pisos hacia el centro. Esta es la técnica que ejercita a la perfección Daniel Guebel en su Derrumbe.
El edificio, él mismo. El resto, literatura. El nombre de los personajes coincide con los nombres de su ex mujer y su hija a quienes dedica la novela, algunas citas y anécdotas lo vuelven reconocible. Guebel se somete a la propia inmolación: va a contar las escenas, en especial las disgreciones que siguieron a un acontecimiento triste. Y para empezar, elige el peor momento: entre Navidad y Año Nuevo, su mujer “lo ha abandonado”, la vida cotidiana con su hijita se terminó, “no más familia unida”. A partir de aquí, balance de los libros publicados hasta el momento y huida hacia delante: humo.
A primera vista: estamos otra vez ante el hombre sensible, el que ahora se atreve a llorar, la víctima sorprendida en el momento justo en que había asumido su paternidad con política corrección, el que sufre como una madre, el que se queda solo como señora de nadie. Pero no hay nada de esto. Los tirantes no están sujetados con clisé. Hasta el tango, música de fondo, es despojado cruelmente de su costado patético y for export. El narrador va a caer consigo, sin reclamar piedad –“me esforcé como un condenado para provocar su partida”, “Mi hija y mi ex mujer se borran en el aire. Siempre estuve solo, no hay nada, nunca hubo nada”–.
Egoísmo del más puro y tesón en la búsqueda del libro que lo redima de la mediocridad, la estructura que se reconstruye al caer, contempla otras historias matrimoniales fracasadas, reflexiones sobre la literatura y escenas de apariencia dispersa.
No está solo Guebel, los últimos libros publicados de Forn, Pauls y Chitarroni optan por el testimonio como recurso.
Espectáculo encantador, como el de la salida y aterrizaje de los aviones, el derrumbe de un edificio que se hace humo. Difícilmente Guebel pueda quejarse en un próximo libro, de no haberlo conseguido.
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