Viernes, 23 de marzo de 2007 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
Por Luciana Peker
De sólo acordarse de esa edad donde antes de que tire el deseo tiran los pelos que no se sabe por qué pero hay que dejarse tirar a manos de una depiladora que en adelante se convertirá en amenaza cotidiana, algo más que la piel vuelve a fruncirse. De sólo acordarse de los poros furiosamente rojos, una mueca de temprana desilusión se dibuja otra vez. De sólo acordarse del semáforo rojo que se empieza a cruzar, apurada por las miradas que dicen cosas sobre el cuerpo de una –unita–, el tranco se hace veloz y la vergüenza vuelve a las mejillas. ¿Y qué de esa remerita chiquita que pasa de ser justita a ser provocativa? O de esa compañera que no quiere comer sándwich en el recreo porque se siente gorda, de la que dice que sin alisarse el flequillo no empieza a abrocharse el guardapolvo, de ese short que se convierte en expulsión. De esas cosquillas de miedo y ganas, de esas ganas de mostrarse y esconderse, de ser otra completamente distinta o, por lo menos, más grande. De sólo acordarse de la entrada en la adolescencia es posible agradecer que la madurez deje marcas nuevas pero a la vez haya encallecido otras.
Sin embargo, no basta con recordar ese paso –tan tembloroso como la primera escalada a unos tacos que antes, cuánto antes, marcaban el escalón de niña a mujer (aunque fuera a mujercita)–. No basta para saber qué les pasa hoy a las que están cumpliendo 13, 14, 15. Porque ahora la adolescencia es distinta. Y definitivamente más –mucho más– marcada por la presión de la belleza. De ese avance con paso de topadora hay marcas evidentes: dos tercios de las mujeres creen que se espera de ellas que sean físicamente más atractivas de lo que se esperaba de las mujeres en la generación de sus madres. Así lo indica una investigación de la empresa Dove. La empresa de jabones, shampoos o desodorantes –no por nada esas pequeñas cosas que todas podemos usar seamos como seamos– es la que encabeza, desde hace dos años, la elogiable campaña Por la belleza real. Pero, esta semana, la firma lanza un spot con un eslogan más claro y jugado que, incluso, podría denominarse de activismo publicitario. “Liberemos las próximas generaciones de los estereotipos de belleza”, es el lema que retoma la palabra liberación y lo asocia a desatarles a las chicas el nudo de la imagen única.
Si hasta mitad del siglo XX a las mujeres se las gobernó, en gran parte, con la apropiación del cuerpo (y el cuerpo poseído era sinónimo de la sexualidad encarcelada), en el siglo XXI el cuerpo dominado es el cuerpo sentido como endemoniadamente feo (gordo, insulso, celulítico, fofo o...). Las mujeres –muuuuuchas– se sienten feas. Y las nenas empiezan de chiquitas a sentir que deben ser Barbie Girls. Eso que no son ni pueden ser. En muchos casos, sus madres trabajan, pelean, se la bancan. Pero se detienen frente al espejo o frente al espejo de las miradas ajenas. La posesión de los espejos quita esa libertad tan peleada. Al punto de que el 67 por ciento de las mujeres evita ciertas actividades porque se siente mal con su cuerpo. Y si eso les pasa a las adultas, también les pasa a las más chicas. A los 8 años, el 75 por ciento de las nenas dice que les gusta como son. En cambio, ya a los 12, el 44 por ciento de las preadolescentes se siente insatisfecha con su imagen corporal. Por eso, esta nueva publicidad –corta, emocionante, simple y audaz– en donde un par de nenas (con pecas, anteojos, ojos rasgados o cachetes) se apenan por ese mal sentirse (del que todas podemos acordarnos) y se alegran, después, mostrando y demostrando que no hay belleza más bella que la alegría, podría ser motivo de festejo. Al menos de festejo por la diversidad, que es ahí donde está el gusto.
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