Viernes, 23 de marzo de 2007 | Hoy
DEBATES
¿Cómo evaluar que el papa Benedicto XVI vea en la Argentina “esperanza del futuro”? ¿Será que todavía somos permeables a los anacrónicos designios de esa institución verticalista y a cuya jerarquía sólo acceden varones? España ya ha demostrado que hay gobierno más allá de la separación de Estado e Iglesia. Un ejemplo posible para nuestro país, en el que todavía está abierta la herida de la complicidad de la curia con la dictadura.
Por Luciana Peker
Cómo se dice en latín fundamentalismo? “Argentina es la esperanza del futuro”, le dijo Benedicto XVI al vicepresidente Daniel Scioli, el miércoles 21 de marzo, al final de una visita diplomática. Scioli le respondió que el Gobierno trabaja por recuperar los valores y la familia. Y junto a su mujer, Karina Rabolini, se dejó, esta vez, sacar la foto. Hace casi dos años, en cambio, días antes de que Joseph Ratzinger se convirtiera en Papa con nombre papal Benedicto (el 19 de abril de 2005), él, como representante de la Argentina, había ido con su camarita al velorio más largo y mediático del nuevo siglo. No se incluía en el protocolo, pero el flash digital salió de la mano de Scioli cuando pasó el cajón de Juan Pablo II. El de Scioli no fue el único. Una multitud acompañó a Juan Pablo y fotografió con celular los restos del ex Papa. Evidentemente, hay aggiornamientos que la Iglesia acepta. Y otros que no. Definitivamente no. Tan definitivamente que algunos ya hablan de fundamentalismo católico.
Pero la frase de Benedicto sobre la Argentina no es azarosa. Su elección, hace dos años, tampoco; que siguió al papado de Juan Pablo II, innovador en viajar por el mundo o dejar que los sacerdotes se calcen los esquíes pero conservador en censurar que los homosexuales se quieran (además de desearse) y en fustigar el aborto legal y el uso de preservativo. Benedicto permitió, en homenaje a Juan Pablo, que el Vaticano forme su propio equipo de esquí. Pero es cada vez más radical en la línea de la Iglesia Católica.
Por ejemplo, en Italia Ratzingner es intransigente en su postura contra una ley del gobierno (de centroizquierda) italiano de Romano Prodi que busca regular las convivencias sin papeles (uniones de hechos) de parejas del mismo u otro sexo. La oposición del Vaticano es tan virulenta que se especuló con la hipótesis de la renuncia de Prodi. El cardenal Severino Poletto afirmó, por ejemplo, que “Satanás está detrás de las maniobras para desarticular la familia”. Y por eso, el 10 de marzo pasado, alrededor de cincuenta mil personas salieron a la calle para pedir “Derechos Ya”. Pero, más allá de las coyunturas políticas, para la lectura de Ratzinger, la lucha contra la sociedad secular (no religiosa) no es coyuntural sino cultural y de vida o muerte. Por eso, hablando en criollo, tira de la cuerda. Tanto que incluso quiere que las misas no se digan ni en criollo ni en castellano (en el mundo hispano) ni en italiano. Que se vuelvan a dar en latín. Por estos pagos los obispos provinciales ya aclararon que se seguirá dando misa en español. Pero, igualmente, el texto Sacramento Caritatis, de Benedicto, también criticó que la música religiosa se convierta en una que sepamos todos y despedazó, específicamente, las “extravagancias litúrgicas” en las misas. Ah, hay algo que le gusta: pidió una remake del canto gregoriano. El llamado a misas para pocos, mientras evangélicos y protestantes crecen por la profesionalización y extensión del rock cristiano con textos pro-bíblicos pero música actual, muestra hasta qué punto Ratzinger no quiere ceder. Ni el fondo ni las formas.
El papa también reforzó la defensa del celibato (muy criticado después de la avalancha de acusaciones por abuso sexual contra sacerdotes) y, aún más allá de ideas previsibles, también endureció su postura contra los casamientos o funerales interreligiosos. En este contexto, la frase “Argentina es la esperanza del futuro” tampoco es mero texto diplomático. Benedicto prefiere pocos aliados pero de convicciones firmes y extremistas, a muchos, pero con un esperable aggiornamiento en cuanto a derechos civiles, sexuales y de género.
En ese sentido, aun cuando el gobierno de Néstor Kirchner sostuvo algunos enfrentamientos con la jerarquía católica (más por temas políticos que por políticas contrarias a las promovidas por la institución), la Argentina es, según sus palabras, uno de los países donde la influencia de las teorías católicas más añejamente defendidas son todavía subsidiadas por el Estado. ¿Somos la esperanza de Benedicto? ¿Acá sería posible aprobar el aborto o legalizar la adopción de parejas homosexuales? ¿En la Argentina se puede pensar, por ejemplo, en recortar los subsidios a la Iglesia o, concretamente, a los colegios católicos que viven gracias a los aportes públicos?
En España –país de impronta y tradición católica– sí. La vicepresidenta María Teresa Fernández sostuvo en 2005 que: “Los generosos aportes del Estado a la Iglesia deben disminuir, la Iglesia se debe autofinanciar”. Y, aun con la oposición del Partido Popular de José María Aznar, la medida fijó un avance en los límites a la Iglesia y en la teoría de que la democracia se elige en las urnas y no en la tradición. Por eso el gobierno español, además, avanzó con la regulación del casamiento gay, la habilitación de técnicas de fertilización asistida y, el 10 de marzo último, la aprobación en el Congreso de la Ley para la Igualdad Efectiva de Hombres y Mujeres, donde se promueve no sólo que se garantice la participación de al menos un cuarenta por ciento de mujeres en partidos políticos, la administración estatal y también en las empresas y ámbitos laborales (mientras que Benedicto promueve, explícitamente, una vuelta atrás para que las mujeres regresen derechito al hogar). De hecho, la sola mención de la palabra género irrita a la Iglesia (que pidió expresamente sacar esa expresión de la ley de educación sexual de la Ciudad de Buenos Aires).
El ejemplo de España demuestra que la Iglesia puede influir y opinar, pero no gobernar. En Portugal, también un plebiscito reflejó el consenso popular a favor de la legalidad del aborto (que ahora el gobierno va a regular). En cambio en Polonia –cuna de Juan Pablo II– la ideología Ratzinger tiene efecto. El ministro de Educación, Roman Giertych, de la Liga de las Familias Polacas, promueve un proyecto –cuestionado por Human Rights Watch y el resto de la Unión Europea– para perseguir a todo el o la que hable sobre homosexualidad en escuelas, universidades o instituciones académicas polacas. La propuesta de norma contempla echar a los profesores que revelen su homosexualidad y a cualquiera que la promueva (como si la sexualidad fuera promovible o censurable por sí misma).
¿A donde quiere ir la Argentina? ¿Polonia o España?
La diputada porteña Ana María Suppa, que tuvo que lidiar con el lobby de la Iglesia y los colegios católicos para promover la educación sexual en la Ciudad de Buenos Aires, analiza: “La tensión entre Iglesia y Nación ha sido una constante en nuestro país. Es notable que cada vez que en la Argentina el Estado logró imponerse esto coincidió con un salto hacia adelante en el desarrollo histórico, mientras que cada vez que la Iglesia se impuso al Estado, ocurrieron verdaderas catástrofes como el bombardeo a Plaza de Mayo, los fusilamientos de la mal proclamada ‘revolución libertadora’ y el genocidio perpetrado durante la última dictadura militar. No olvidemos que en la Argentina la dictadura acalló la voz de los sacerdotes del Tercer Mundo y la opción por los pobres se transformó en una caridad casi aristocrática”.
El silencio frente a la tortura, las violaciones y la muerte marcan la llaga presente del silencio cómplice de una Iglesia que, ahora, se proclama –en latín– más a favor de la vida que nunca. “Cuando se produce un gran distanciamiento entre el pueblo creyente y la jerarquía eclesiástica, tarde o temprano el accionar del Estado, a través de sus distintas instituciones democráticas, desactiva a los sectores más insensibles de la Iglesia y hace que los más sensatos y espirituales reflexionen, como ya está ocurriendo en Portugal y España. La falta de un sacerdocio con sensibilidad popular es la única explicación para que la Iglesia se haya resistido tanto a la ley de educación sexual y siga oponiéndose al aborto no punible –apunta–. Este papado terminará agrandando el abismo que ya existe entre los feligreses y la Iglesia, por lo que o esta línea ultraconservadora se aniquilará a sí misma o terminará por aniquilar a la propia Iglesia.”
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