Viernes, 30 de noviembre de 2007 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
Por Luciana Peker
Diecisiete segundos. Sólo dura diecisiete segundos. En esos diecisiete segundos en donde no se llega a sorber un vaso de agua, a darle vuelta a la llave, a acomodar la campera o a levantar los mensajes, un video muestra que la violencia doméstica es cuestión de segundos. Pero la violencia no es sólo eso que pasa cuando les pasa, sino eso que nos pasa cuando pasa. También –y ese también es más que interesante– a los varones que no son maltratadores.
La señora sale de su casa, abre la puerta y grita por esos pasillos que pueden ser nada, un túnel, un paso, una continuidad de la violencia puertas adentro, o pueden ser el final de los gritos que, a veces, son silencio. La señora sale y grita, corre y toca timbres, pide ayuda. La señora es mayor y el hombre que la mira es un treintañero con cara de haber llegado de su trabajo dispuesto a ver fútbol o a preguntarse por la última lesión de Rafael Nadal. El mira por la mirilla de la puerta. Y abre. Decide abrir. En cuestión de segundos, abre la puerta, la abraza y llama por teléfono, en un país –España– en donde la atención a las víctimas a la violencia de género ha sido tomada prioridad de Estado y ya no se piensa que no pasa nada cuando hay violencia.
El spot se llama “Abre tu puerta” y fue seleccionado por la corporación española RTVE, en el marco de un concurso de publicidades por el 25 de noviembre, día de la no violencia hacia las mujeres. Lo interesante de la propuesta es que la lucha contra la violencia no sea sólo un tema que convoca a las mujeres y que, además, también abra la puerta a pensar a la televisión y la publicidad como constructora de murallas para la discriminación y no para que, entre cortes de polleritas y chistes misóginos, o crueles encuentros entre víctimas y victimarios, la televisión haga de puente para que la violencia de género se haga risa, costumbre, imagen congelada.
Cuando los medios de comunicación no sólo bailan por sus propios sueños pueden tender abrazos, tramas, redes. “Cada día somos más los que queremos ayudar. Todos contra la violencia de género. Ayuda a las mujeres maltratadas”, es la consigna que queda después de esos diecisiete segundos que pueden ser la diferencia –veloz pero certera– entre la vida y la muerte. Pero más allá de los lemas, lo interesante es apelar a los varones en su posibilidad de detener la violencia.
Nunca voy a poder olvidarme de Isabel Yaconis, la mamá de Lucila Yaconis, contándome que a Lucila, de 16 años, un hombre la escuchó gritar, cuando estaba atrapada cerca de las vías del ferrocarril, en Núñez. El asesino de Lucila tapó los gritos con la frase “Es mi novia” y el hombre siguió trabajando en su taller, como si una novia que gritara dejara de ser una mujer en peligro, como si un novio que aclarara que una mujer a la que lastima es su presa y pudiera lastimarla por ser su novia. No puedo dejar de acordarme de Lucila, de las Lucilas a las que se hubieran o se podrán ayudar, si se escucharan sus gritos, si se frenara la impunidad con un llamado, o si, como en el spot de Chueca, se abriera la puerta para ir a abrazar.
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