ARQUETIPAS
La misógina
› Por Sandra Russo
La misógina es una mujer que cree que separándose de las otras tiene asegurado el éxito entre las hordas masculinas mientras adquiere un toque de incorrección política. Las amigas le sirven sólo para no tener que sentarse sola en un bar o en un restaurante un sábado a la noche, como proveedoras de hombres, maridos incluidos y –si son ricas y mundanas– como agentes de ascenso social. Como conquistadora, vende el eterno femenino cuando ya los varones saben el precio que significa llevar sobre las espaldas o junto al bolsillo a una mujer que pretende encarnarlo o lo buscan en las travestis de Palermo Viejo. Vende que ella será el reposo del guerrero supuestamente degradado por sucesivas tandas de amantes contestatarias e insumisas, lo que puede depararle tener que compartir el lecho con Seineldín. Vende admiración sin límites donde otras han visto solamente impostura, chantada y arrogancia, condenándose a tener que mejorar el producto.
Suele declarar que es femenina y no feminista, aunque, si pasa los 35 años, esta declaración no aumente su status en el mercado de sus encantos.
Al servicio de muchos patrones, sólo es leal al de turno, que es el que le da de comer.
Aunque pocos varones se atreven ya a hacer declaraciones explícitas al respecto –aunque sea por haber sido reprimidos–, la misógina es la primera en denunciar los excesos de las mujeres en el reclamo de sus derechos o en su pensamiento crítico, soñando que de ese modo tendrá más posibilidades de conseguir candidato o de conservar un trabajo: ignora que un consenso mayoritario de machismo no requiere de apoyo entre las malinches de las adversarias.
Ella es la que le acerca una sonrisa de solidaridad al humillador que ha sido replicado por una estocada de humor proveniente de una mujer. La que trata con afecto profesional a los hijos del primer matrimonio de su ex, sólo para subrayar las faltas de la madre de éstos. La que, invitada a una cena, se las arregla para quedar sentada junto al líder con quien se dedica a basurear, de un modo sutil o no, a la esposa de éste.
Si la misógina es beneficiada por el cupo femenino, se las arreglará para sostener los valores más convencionales de la institución en la que ha recalado, aunque humanizándolos o “bajándolos” a la vida cotidiana, de acuerdo con los valores que la cartilla misógina dicta como “femeninos”. La que, si logra el poder, se las arregla para convencer de que es la única y que no utilizará ninguna alianza con su género.
La misógina es misógina sin Nietzsche, Freud o Lacan, ni humor pesado barrial. Es misógina de fase burocrática y lugar común.
Cuando muere, al velorio no va nadie: la madre, porque ella fue el primer objeto de misoginia y es rencorosa; las mujeres, porque la finada las trataba muy mal; y los hombres porque, después de todo, ella era una mujer.