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La amarga
Por Sandra Russo
–¿Dolores? Habla Eugenia.
–¿Qué hacés, Eugenia?
–Adiviná qué.
–Qué.
–¿No adivinás?
–No.
–¡¡Me llamó!!
–¿Quién?
–Ay, ¿cómo quién, Dolores, quién va a ser? ¡Pablo!
–¿Qué Pablo?
–¡Pablo! ¡Mi compañero de trabajo!
–Ah, ése. ¿Y? ¿Cómo te fue?
–¡Brutal!
–Ah, ¿sí?
–¡Brutal, brutal, brutal!
–¿Qué hicieron?
–Me pasó a buscar, fuimos a comer y después vinimos a casa.
–Mirá qué bien, ¿todo bien?
–¡Brutal! ¿No te digo?
–Se ve que te dejó contenta. Parecés mononeuronal, nena, ¿no hay otra palabra que no sea “brutal”?
–Es que el tipo es brutal, Dolores, es un artista. Es tan sexy...
–Ahorrate detalles escabrosos.
–¿Escabrosos? ¿En qué sentido escabrosos?
–Vos sabés, piruetas y juegos sucios.
–¡Pero si eso no es escabroso! ¡Eso solamente es salado!
–Ultimamente yo como sin sal.
–Dolores, no pasó nada del otro mundo, te explico...
–No, mejor no me expliques porque estaba por salir y se me hace tarde.
–Che, qué seca que estás.
–Comparada con vos, que se ve que estás tan húmeda...
–¿Qué carajo te pasa, Dolores?
–Ay, nena, esta película ya la vi. Ahora el tipo es brutal, mañana está raro y pasado no te llama. Si con todos te pasa lo mismo.
–¿Que a mí me pasa siempre lo mismo? ¡Si yo no salgo con nadie desde hace un año y medio!
–Pero yo sí. Ya vas a ver.