–Che, ¿vos le mirás los cuadernos a Lisa todos los días?
–No, no tengo tiempo. ¿Vos?
–No, por eso. Yo los de Maru los miro los viernes.
–Yo los de Lisa también.
–Bueno, la verdad, algún que otro viernes me olvido.
–Bueno, la verdad, yo también.
–La verdad, la verdad, a veces pasan tres viernes y me olvido.
–Bueno, la verdad, a veces yo también me olvido. Es que los viernes llegás a tu casa con ganas de no hacer nada de nada de nada, ¿no te pasa?
–¡Obvio que me pasa! ¡Los viernes llego tan cansada que no quiero ni respirar!
–¡Ay, no digas eso! ¿Vos por qué me preguntás eso de los cuadernos?
–Porque Maru me dijo que la mamá de Ivana le mira los cuadernos todos los días.
–¿Y?
–Y no sé, entre mirar los cuadernos todos los días y mirarlos una vez por mes, hay mucha diferencia.
–¡Pero, nena, la mamá de Ivana no hace más que rascarse la oreja! ¡No labura, tiene mucama! ¿No le viste las manos?
–No.
–Tiene las cutículas perfectas.
–Caray.
–¡Si me vieras las mías! La última vez que tuve tiempo de usar el alicate fue en Pascuas del 2001.
–¿Vos decís que las chicas nuestras no van a salir adictas ni masoquistas ni bipolares porque nosotras estamos tan ocupadas?
–Yo creo que no.
–Ay, qué alivio. Anoche no pude dormir.
–Pero, che, te matás para mantener tu casa, lo único que falta es que te sientas culpable por no coser a mano el disfraz de oso panda.
–Eso, eso, decime más de eso.
–Tu hija está aprendiendo con tu ejemplo que una mujer es algo más que una cutícula.
–Ay, yo sabía que tenía que llamarte. Sos como la sopa. Me hacés bien.