–El dice que nos aburguesamos, que nos aburrimos, que nos achanchamos.
–¿Y vos?
–Yo no.
–¿Vos no qué?
–El le llama achancharse a mirar un rato de televisión.
–Bueno, debe querer más romance.
–¿Quién no quiere más romance?
–¿Vos también querés más romance?
–Y claro.
–¿Y entonces? ¿Cuál es el problema?
–Pero él le llama achancharse a no estar hecho un fuego todo el día y todos los días.
–Ah, eso no se puede.
–Claro que no se puede.
–Ojalá se pudiera.
–Bueno, pero a lo mejor, si ponés un poco de pimienta...
–Yo pimienta pongo, mirá que pongo, pero él le llama achancharse a que un día no me combinen el corpiño y la bombacha.
–Bueno, pero por amor podés ocuparte de que te combinen. Comprate conjuntitos...
–No, no entendés. El le llama achancharse a comer en familia, a salir a tomar un helado, a ir al cine, a jugar al scrabble...
–¿Y qué pretende?
–Por eso te digo, no es fácil...
–Pero si buscan momentos para estar a solas, si se toman el tiempo para hacerse arrumacos...
–No, no, no, no entendés. El le llama achancharse a verme sin maquillaje, a que me salga un granito, a que un día me duela la panza. ¿Cómo hago para estar maquillada todo el tiempo? Y a veces me duele la panza, ¿a vos nunca te duele la panza?
–¿Pero qué pretende? ¿Una muñeca inflable?
–No, porque también dice que nos achanchamos porque yo ya no me río como antes de sus chistes. ¡Y hace cinco años que me cuenta los mismos!
–¿Y si te reís un poco? Ponele empeño...
–Yo empeño le pongo, pero él también dice que nos achanchamos porque estamos haciendo esfuerzos para llevarnos bien, que todo debería fluir, ser natural...
–Hacé una cosa.
–Qué.
–Mandalo al carajo.