Vie 21.05.2004
las12

TALK SHOW

Felices juntas

› Por Moira Soto

Es un clásico de bares o restaurantes cuando se reúnen parejas o simplemente hombres y mujeres: ellas van al baño de a dos o más, después de que alguna hace la correspondiente invitación. Y ellos se quedan preguntándose qué encanto secreto encuentran las mujeres en acompañarse al ir al toilette, un sitio tan inhóspito, ¿no? Lo que esos señores intrigados no parecen saber es que hay una forma de complicidad, de intercambio, de humor, incluso de cotilleo entre nosotras, que sólo ocurre cuando no hay tipos presentes. El pretexto puede ser desaguar o retocarse los labios, pero lo que verdaderamente importa –si no, no se armarían esas pequeñas tertulias cerca de inodoros y lavabos– es hacer comentarios a calzón quitado, pasarse últimos chismes o recetas de cualquier índole, contarse cuitas, estallar en risas ante algún percance.
Entre las poquísimas películas hechas por mujeres que se vieron en el reciente Festival de Cine Independiente, hubo una comedia deliciosamente estrafalaria de Chantal Akerman –directora feminista si las hay–, Demain on déménage (Mañana nos mudamos), que con nítido, indulgente enfoque de género describe un universo femenino en el que se filtran algunos personajes masculinos, retratados con gracia y ternura. Pero lo que se acentúa en este film casi musical (mujeres y varones suelen moverse al ritmo de una danza húngara de Brahms, de Té para dos...), perfumada de estragón, mostaza, tomillo y también de insecticida, son las aproximaciones empáticas, confidenciales, mimosas entre mujeres (que pueden ser madre e hija, o chicas que acaban de conocerse). Para confirmar su espíritu musical, Demain... –que ojalá se estrene pronto– cierra con una cómica, desprejuiciada canción de Akerman que entona Sylvine Testud –la protagonista– acerca de una beba con dos madres, a la que unas veces llaman Simon y otras Simone, como si la distinción por género no tuviera tanta importancia...
Esa compinchería que, salvo incompatibilidades químicas irremontables, suele circular entre las mujeres aunque no sean amigas íntimas, es uno de los atractivos de Mujeres de colores, la pieza de Amancay Espíndola, en colaboración con Betty Raiter y Paula Mujica Láinez, que acaba de estrenarse en el Abasto Social Club (Humahuaca 3649, domingos a las 20.30). Según la gacetilla, la idea de la directora, Virginia Lombardo, es “que los espectadores espíen en vez de presenciar una función”. Porque precisamente esta obra se propone atrapar esos momentos en que las mujeres se reúnen entre ellas por el gusto de estar juntas, parlotear, saltar de un tema a otro, contarse secretos, debatir, bromear, fantasear”. Estas buenas Mujeres de colores se encuentran para salir a copar la calle en un día que el intendente –quizás en busca del voto femenino– ha decretado que los hombres se queden en casa haciendo las tareas domésticas. Aquí tenemos a la soñadora cuya hermana algo chalada ha conseguido un novio guapo y más joven, a la práctica frontal levemente cínica, a la casada conformista negadora. El tonito reivindicativo que, entre citas de canciones y poemas (especialmente de Alfonsina Storni), aflora cada tanto se atenúa cuando se sabe que la salida es a un bar de strippers. A los hallazgos de la directora en el aprovechamiento del espacio, más allá de la zona propia del apaisado escenario, se suman las oportunas interpretaciones de las propias Spíndola y Raiter, Patricia Kraly y Susana Di Gerónimo.

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