TALK SHOW
Las cosas del querer (mal)
› Por Moira Soto
Otra vez huérfana absoluta”, gimotea Olga cada vez que se queda sin hombre. La sometida protagonista de Mi querida, el magistral monólogo de Griselda Gambaro –inspirado en Almita, cuento de Chejov–, está magníficamente interpretada por Juana Hidalgo bajo la comprensiva y exacta dirección de Rubén Szuchmacher. Así como en La señora Macbeth, actualmente en cartel con gran éxito de crítica y público, Gambaro, a partir de Shakespeare, se centró en la mujer dispuesta a todo para que se cumplan las ambiciones de su marido, en Mi querida relee a Chejov y, desde una mirada feminista, traza el perfil de un personaje femenino deplorable, enajenado, que lleva al extremo su dependencia y despersonalización, siempre al servicio del marido de turno. Porque convengamos que el olvido de sí, la paciencia, la abnegación, el sacrificio, son “virtudes” que se han inculcado y exaltado largamente en las mujeres.
Y hay que decir que Olga, la negadora plañidera, es una perfecta representante de lo que Carlos Castilla del Pino (Cuatro ensayos sobre la mujer, Alianza) denomina “alineaciones cómodas, las peores porque ahogan todo impulso de emerger de ellas para conquistar la propia libertad”. Olga, machacando siempre con su total disposición a plegarse a los intereses de sus maridos, a asumir como propias las opiniones de ellos, a justificar el maltrato grosero que recibe, parece haber perdido toda conciencia de su propia alienación. Por eso, cuando al final, a falta de nuevos maridos se deja avasallar por el hijo de uno de ellos, lo disculpa y se pregunta por qué es capaz de todo por él, carece de respuestas.
Empero, a fines del XVIII, la visionaria Mary Wollstonecraft (Reivindicación de los derechos de las mujeres, 1791), ya la tenía clarísima: “Se les dice a las mujeres desde la primera infancia, y el ejemplo de las madres lo confirma, que el manejo de cierto conocimiento de la naturaleza humana –que se puede calificar muy justamente de engaño– mediante la dulzura de carácter, la apariencia de obediencia y el respeto escrupuloso de conveniencias pueriles, le permitirá asegurarse la protección de un hombre”. El sayo le cabe a Olga, como hecho a medida: con su primer marido Iván, dueño de un circo, se siente nacida para el circo, y a él –flacucho, chiquito, macilento, la boca torcida– lo ve bonito, y es muy capaz de ponerse a llorar para acompañarlo en su desesperación (llueve mucho y el circo es al aire libre). Pero Iván, “tan bueno, tan gentil, tan noble, tan bello” se muere y Olga rápidamente se refugia en otro hombre –la antítesis de Iván– al que ella encuentra estupendo; el tipo está en el comercio de madera y Olga se identifica con tablas, vigas, estacas, hasta sueña con listones y usa toda la vajilla de este material “tan puro”. Por supuesto, están de acuerdo en todo: es decir, ella está de acuerdo con todos los pareceres de Vasili, que un mal día se muere de pulmonía. Después de un lapso de orfandad, Olga liga a un veterinario que dejó a la mujer que lo engañaba, y ahí empieza a sentirse muy concernida por la aftosa, la brucelosis, el moquillo, aunque su nuevo compañero no aprecia sus intervenciones. El veterinario es trasladado y Olga se siente de nuevo vacía (“no sabía que opinar de las cosas sin amor ya no existía”). En las instancias finales de su relato, Olga, usada ydespreciada, sin poder evitar las lágrimas, seguirá diciendo que llora de felicidad.
Este terrible relato de una mujer que se inmola gratuitamente, que pierde su identidad –un poco como la señora Macbeth, quien sin embargo, todavía puede escuchar a veces su propia voz–, está mitigado por esas pinceladas de humor negro tan característico de Gambaro (“el circo pobre tiene a la mujer más gorda del mundo que come un montón, la mujer barbuda a veces quiere afeitarse para ser como las otras, el telegrama que anuncia la muerte llega con erratas que dificultan la compresión del mensaje”). Y Juana Hidalgo, de camisón clásico largo con alforzas y batón, es una Olga perfecta en su oscilación entre la puerilidad, el autoengaño, el masoquismo, la inautenticidad.
Mi querida, sábados 21.30, domingos 19.30, en Del Otro Lado, Lambaré 866, 4862-5439.