TALK SHOW
Todo en una noche
› Por Moira Soto
Roger Swanson está desesperado pero lo disimula a fuerza de cinismo y pedantería, haciéndose el canchero mientras el piso se le mueve porque ya no sabe bien –por más pose de seductor invicto que sobreactúe– dónde está parado. Aun antes de que lo deje su sofisticada y determinada amante Joy, en la conversación informal con que se inicia Cosas de hombres –film estrenado ayer–, a Roger se le trasluce la incomodidad disfrazada de suficiencia cuando sostiene en una sobremesa compartida con compañeros de oficina, que los varones todavía son útiles porque saben leer los mapas (lo cual tiene asidero real: hace rato que diversos tests vienen demostrando que los hombres tienen mejor percepción espacial y mayor capacidad para visualizar los objetos en tres dimensiones, por lo que descifran con más facilidad las cartas de ruta, mientras que ellas empiezan a hablar antes y son más aptas para aprender otras lenguas: cosas de los hemisferios cerebrales cuyas funciones están bien separadas en ellos, y más comunicadas en ellas).
Se nota que Roger no ha asimilado todavía la mutación de las mujeres que se ha producido en las últimas décadas, que él mismo –obviamente– no ha sido capaz de mutar a la par, y que sin duda le resultaría más confortable que el viejo modelo de presunta superioridad masculina no estuviese tan erosionado. Sus chistes sobre la ubicación del clítoris en la anatomía femenina, la fuerza física masculina y la selección natural confirman esa sensación. Entre las personas que rodean la mesa, está Joy –la eminente Isabella Rossellini–, participando de la charla con cierto desapego cortés. No es para menos: ella es jefa de Roger, hasta ese momento su recreo erótico. Pero Joy ya tiene decidido exiliarlo de su cama, seguramente porque se hartó de su jactancia (o porque ya eligió reemplazante). Un bajón terrible para el ego de Roger (el excelente Campbell Scott) que, sin advertir que el no va más de ella es definitivo, ni siquiera es capaz de batirse en retirada con un mínimo de elegancia. No puede creerlo, se ofende, insiste, vuelve a la carga. Un pesado completamente desubicado.
Pero algo, alguien distrae momentáneamente a Roger de su desasosiego: la inesperada aparición de Nick, su sobrino adolescente provinciano. Ante la solicitud del chico, ansioso por perder la virginidad, el incorregible fanfarrón se ufana de sus supuestas conquistas diarias y raudamente se erige en guía nocturno, en tutor de artes amatorias que conoce al dedillo el mapa de Maniatan. El pretendido donjuán –donjuanete apenas–, mezquino heredero del mito alimentado –entre otros, por Tirso, Molière y Mozart–, resulta un fiasco como maestro, y más todavía como practicante de sus propias doctrinas, en tanto que su cándido pero inteligente y sensible sobrino va aprendiendo por descarte: en primera instancia, Roger es vapuleado por dos guerreras de vuelta de ciertos manejos masculinos; en la siguiente estación, el tío hace el tristísimo papel de amante despechado en la fiesta a la que Joy no lo invitó; y en el último intento, desciende –literal y literariamente– a un sórdido prostíbulo, arrastrando a su sobrino, en el final de una peregrinación tan insatisfactoria como aleccionadora.
Es curioso que la crítica más punzante a cierto prototipo de predador resentido provenga no de directoras feministas enojadas sino de cineastas como Neil LaBute (En compañía de hombres, Tus amigos y vecinos) o, en un tono menos amargo, del debutante Dylan Kidd, también autor del guión de Cosas de hombres. Película que sin entrar en el discursete del hombre nuevo, sensible, blando, etc., sugiere que así como los cazadores de épocas pretéritas hace siglos que perdieron vigencia, tampoco tiene sentido considerar a las mujeres como un campo de batalla del que hay que salir triunfadores. Menos aun cuando quien se las da de mujeriego letal no pasa de ser un lenguaraz tirando a patético. Un amante serial virtual, verbal al que no se lleva ningún Comendador a los quintos infiernos porque en verdad está a incontables leguas de la búsqueda de absoluto del libertino rebelde por excelencia, el auténtico Don Juan.