Vie 24.12.2004
las12

TALK SHOW

La teta fugitiva

› Por Moira Soto

Adelantada de las chicas fatales del cine negro, heredera conspicua de tentadoras bíblicas onda Eva, Dalila o Salomé, Manon Lescaut se coló una y otra vez en la ópera y en el cine. Su nombre de resonancias pecaminosas se impuso en los títulos de diversas adaptaciones, aunque en su origen el texto, quizás autobiográfico, de Antoine-François Prévost d’Exile (1997-1763), conocido como el Abate Prévost, se llamaba Histoire du chevalier Des Grieux et Manon Lescaut, y fue el único relato que sobrevivió a la saga Mémoires d’homme de qualité. De hecho, acaba de representarse en el Colón Manon Lescaut, drama lírico de Puccini protagonizado por la soprano venezolana Inés Salazar, obra posterior a las manones de Massenet y Auber. Y –¿casualmente?– en La Dama de las Camelias –la novela de Alejandro Dumas hijo que inspiró a Verdi La Traviata, otra ópera con pelandusca de buen corazón–, Duval le regala a Margarita Gautier un ejemplar de Manon Lescaut, así, a secas, con una críptica dedicatoria: “De Manon a Margarita, humildad”.
Irresponsable flor del mal, la Manon de Prévost, incapaz de hacer distingos morales (al igual que la Lulú de Wedekind, musicalizada por Alban Berg), empuja al ingenuo y enamoradísimo Des Drieux a traicionar su educación y sus principios, a llegar al asesinato. Desde luego, faltaba más, la Manon literaria recibe condigno castigo al ser deportada a los Estados Unidos y morir de consunción en el desierto. Así les iba a las chicas de 17 que, en vez de entrar al convento, se escapaban a París con estudiantes románticos, dejándose arrebatar en la Ciudad Luz por el lujo y la lujuria.
Aunque el cine dejó en paz a Manon Lescaut en la segunda mitad del siglo XX, durante la época muda, divas como Francesca Bertini o Lina Cavalieri no se privaron de encarnar a la casquivana que, en el fondo de su cuore, amaba a Des Grieux. En los ‘20 hubo una versión alemana con Lya De Putti (y Marlene Dietrich en un secundario), otra norteamericana, When a Man Loves, con Dolores Costello y John Barrymore. En 1939, Alida Valli se hizo cargo de Manon del brazo de Vittorio De Sica.
Pero hay una Manon fílmica, de 1948, interpretada por Cécile Aubry (foto), actriz que inauguró el estilo animalito puro instinto (luego redondeado por Brigitte Bardot) y que provocó, pese a llevarse el premio mayor en Venecia, un sonado escándalo por sus toques de crueldad y necrofilia. Y sobre todo porque, cuando Des Grieux cargaba al hombro el cadáver de su chica –muerta por árabes en Palestina, en esta versión aggiornada–, de su vestidito hecho jirones se escapaba una modesta teta. En nuestro país, estrenada a comienzos de 1950, con la hipocresía de siempre, esta película fue prohibida en la Capital, razón por la cual se convirtió en un suceso en el Gran Liniers, apenas cruzando la General Paz.
Film maldito como el que más, Manon fue dirigido por Henri-Georges Clouzot, un muy interesante autor de films negros, suspendido durante dos años luego de la Liberación porque, durante la ocupación, la productora nazi Continental le había financiado El cuervo. En su adaptación, Clouzot convierte a Manon en la hija de una mujer que había tenido relaciones con los soldados alemanes. La joven es rescatada del maltrato público (que infligían los buenos ciudadanos a estas supuestas colaboracionistas) por un integrante de la Resistencia. Des Grieux (Michel Auclair) la lleva a París, pero el hermano de Manon la induce a prostituirse y Des Grieux lo mata antes de huir con su amada hacia Palestina.
En este film, actualmente inhallable, el director de Las diabólicas, acaso con cierto afán reivindicatorio, mostró a Manon como una víctima indirectade la violencia de la Ocupación y de sus efectos en una sociedad farisea que se ensañó con mujeres cuyo único crimen había sido acostarse con soldados alemanes (algunas se enamoraban, como la protagonista de Hiroshima, mon amor). Más que la perdición de los hombres por causa de su perversa naturaleza femenina, esta Manon es primero endurecida por la guerra y luego sometida por su rufianesco hermano. Le queda el bueno de Des Grieux, todo un caballero, pero sólo para morir en sus brazos.

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