Viernes, 3 de junio de 2005 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Otras habrán intentado, en años más o menos recientes, con discreta fortuna, recuperar el espíritu subversivo del kabarett berlinés de entreguerras, integrándolo a sus repertorios –Hanna Schygulla, Milva, Ingrid Caven, Teresa Stratas–, pero ninguna con la personalidad demoledora, el talento teatral y musical, la claridad mental de Ute Lemper, la artista alemana que acaba de irse de Buenos Aires dejando un tendal de enamoradas y enamorados. Sus actuaciones en el Coliseo haciendo el show Voyage y la clase dialogada que dio en el San Martín, más las consabidas notas de prensa, seguramente contribuyeron a la mejor difusión de sus discos, entre los cuales: Berlin Cabaret Songs, Ute Lemper Sings Kurt Weill (2 volúmenes), Illusions (repertorio de Marlene Dietrich y Edith Piaf), Punishing Kiss, City of Strangers, But One Day. Aunque no se haya dedicado expresamente al género, una intérprete que desde otra experiencia vital y cultural se arrima con sincera empatía a la genial dupla Weill-Brecht es Marianne Faithfull, quien grabó con su baqueteada y sugerente voz temas como La balada de la dependencia sexual (de La ópera de tres centavos) o Alabama Song (Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny), y sobre todo, Los siete pecados capitales.
Si bien el cabaret nació en París y a fines del XIX (Chat Noir, Le Mirliton, L’Ane Rouge, fueron los primeros bares donde se ofrecieron shows informales a un público tirando a bohemio), lo cierto es que el kabarett berlinés, que arrancó en 1901 con sitios llamados Ueberbretti o Die Brille, quedó como paradigma del desprejuicio, la tolerancia, el humor sarcástico, la creatividad en ebullición, especialmente en la etapa de los ‘20. “El Lady Windermere era un bar bohemio y sofisticado de la calle Tauentzien, donde el propietario se había esforzado por crear una atmósfera de Montparnasse. Las paredes estaban adornadas con menús cubiertos de dibujos, caricaturas, fotos dedicadas de actrices y actores”, así describía el inglés Christopher Isherwood en sus relatos autobiográficos, el lugar donde cantaba la voluble Sally Bowles. Este personaje real fue trasvasado al teatro por el dramaturgo John Van Druten en la pieza I Am a Camera (1952, luego trasladada al cine por John Cornelius en 1955). Como se sabe, Sally Bowles llegó a Broadway como protagonista de una comedia musical de Kander, Ebb y Masteroff, Cabaret, algo alejada del original literario. La primera puesta, de 1966, fue de Harold Prince, con Jill Hawtorth en el rol de Sally y la gran Lotte Lenya (musa e intérprete de la obra de su marido Kurt Weill, muerto en 1950) encarnó a Fraülein Schneider. Sally Bowles tuvo muchas intérpretes, entre ellas la propia Ute Lemper y, más recientemente, Natascha Richardson, Jennifer Jason Leigh y Gina Gershon. Pero la que quedó asociada para siempre con la “divina decadencia” del personaje fue Liza Minnelli, que lo hizo en la sobreestimada pero pasteurizada versión cinematográfica del gran coreógrafo –pero mediocre cineasta– Bob Fosse.
El caso es que en esos años de la República de Weimar, a la vez que se incubaba el huevo de la serpiente, florecían las vanguardias artísticas, parte de las cuales se reflejaban en el kabarett, que también seríaconsiderado arte degenerado por el nazismo. Y la verdad es que los géneros en ese ámbito liberador eran considerados flexibles, variables e intercambiables por muchos de los shows de estos locales donde actuaron chicas de los quilates de Trude Hasterberg, Rosa Valetti, Lotte Lenya, Margo Lion, Marlene Dietrich (foto). Estas dos últimas, por ejemplo, solían interpretar juntas un tema que llegó a ser una especie de himno de las lesbianas, Wenn Die Beste Freudin (Cuando una amiga especial) de Spoliansky, cuya chispeante letra es un diálogo cómplice entre dos mujeres que disfrutan a lo grande yendo de compras juntas. “Es casi insoportable lo bien que nos llevamos”, chancean, hasta que la cortan: “Un beso... y a maquillarnos”. Lemper hace esta picante canción en el disco Berlin..., a dúo consigo misma, gesto que de por sí es una relectura. Pero cuando la canta (sola) en inglés en algún pub neoyorquino (según lo consignó Las/12 el 5/11/99), la diva sin divismos circula con mirada intencionada entre las mesas y se levanta a alguna espectadora. Le canta al oído: “Oh, mi amiga preferida, yo confío en ti”, mientras conduce el baile. Cuando la elegida deja de resistirse, Ute la deja caer de nuevo en su silla. Después, probablemente le salte al cogote a algún caballero al entonar con regodeo lascivo I Am a Vamp, también de Spoliansky.
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