Vie 30.09.2005
las12

TALK SHOW

La ruta de la verdad

› Por Moira Soto

Una mujer de treintipico viaja en su coche, la lluvia pega contra el parabrisas dejando entrever la campiña. Un letrero anuncia la cercanía de un pueblo llamado Tribehou, pronto aparecen algunas casas, la mujer deja el coche, entra en una, empieza a descolgar pinturas, a limpiarlas de telarañas. Después se reúne en la cocina con un hombre y una mujer, y los interroga. “Clothilde estaba muerta. La abuela dijo: no digan nada. Nunca pudo hablar del tema, ni siquiera con nosotros. Era así, escondíamos ciertas cosas, guardábamos secretos. Nos acostumbramos a esa idea y ya no hablamos más”, le dicen su tía y su tío a Mariana que está buscando la verdad sobre la causa de muerte de su madre cuando ella era una niña de poco más de cuatro años y percibió que se le negaba información, que un pesado tabú caía sobre toda la familia y enrarecía el aire que respiraba. Ni siquiera se le dijo francamente que su mamá había muerto, sino que se había ido a París. Mariana intuía ese bloqueo y ella tampoco hablaba. Hasta que un día, la pregunta brotó incontrolable: “¿Es cierto que mi madre ha muerto?”. “Sí –le respondió la abuela–, y no hizo nada, no me abrazó”, recuerda Mariana que en aquel entonces salió corriendo a los gritos: “Mi mamá está muerta, mi mamá está muerta”, como si necesitara verbalizar, darles la noticia a quienes se la habían sustraído.

Así comienza Historia de un secreto, el film de Mariana Otero que pone en escena, reconstruye la investigación que la cineasta llevó a cabo entre familiares, amigos de su madre, su ginecólogo, una experta en arte, para conocer las circunstancias de la muerte de su madre, la pintora Clothilde Vautier, ocurrida a fines de los ‘60. Y sobre todo para armar el retrato de esa joven rebosante de vida, descubrir sus intereses, recuperar el metal de su voz, la frescura de su risa, su velocidad al hablar. Porque el tabú familiar también había obturado su memoria.

Por cierto, la abuela de Mariana no puede ya salir de la actitud negadora pero Antonio, el padre, sí abre su corazón, reconoce el error de haber callado, pero da sus razones: tenía tanto miedo de haber hecho sufrir a sus dos hijitas y a la vez no quería cargarlas en su propio, enorme dolor. Mariana descubre el valor de los cuadros escondidos de su madre, sus desnudos voluptuosos, ese gusto por el vello púbico que convierte en un pequeño paisaje, la forma en que tomaba el pincel, su pasión por pintar, su desdén por la teoría.

A los 28, a punto de abrir una muestra en Rennes, Clothilde se entera de que está embarazada y decide abortar. No tiene ganas de volver a empezar con pañales sino de consagrarse de lleno a la pintura. El aborto estaba prohibidísimo en Francia (la ley Veil es de 1976), las penas de cárcel eran severas y se cumplían. Clothilde y Antonio piden ayuda a médicos amigos que no se quieren comprometer pero le dan una sonda para que ella se provoque sola el aborto. Hay complicaciones, la artista es hospitalizada grave en el momento en que se inaugura la exposición, y a los pocos días muere.

Mariana quiere saber más sobre esta mujer, su madre, que como tantas otras frente a un embarazo indeseado no se achicó frente al peligro de un aborto clandestino hecho en malas condiciones, y por eso visita a una médica que en aquel momento tenía la edad de su madre. La mujer le cuenta lo que probablemente Mariana ya sabía sobre la situación de las mujeres que abortaban en secreto antes de que la interrupción voluntaria del embarazo se despenalizara en Francia: el maltrato en los hospitales a mujeres con abortos incompletos, las mentiras para liberarse de la presunción policial, los raspajes hechos sin anestesia para castigarlas. “Sin embargo –señala la médica–, las que realmente querían abortar, lo hacían. Les decíamos que iban a arriesgar su vida, pero igual lo hacían.”

Mariana Otero (1963) realizó varios documentales desde 1987, entre los que descolló La loi du collége. En 2003 realizó Historia de un secreto, un film entre el documental y la ficción, sobre guión propio, unos años después de develar el misterio, con la participación de su padre y otras personas estrechamente ligadas al relato. Con delicadeza, con ternura contenida, Otero va armando el rompecabezas que le devuelve a su madre a través de rasgos de su personalidad, de su manera de trabajar, de su obra artística, que la hija vuelve a exponer en Rennes, incluido el cuadro que Clothilde había comenzado poco antes de morir tan injustamente, tan cruelmente, como tantísimas otras mujeres en Francia antes de la despenalización. Clothilde Vautier había ganado premios y expuesto en diversas ciudades, incluida París, donde en 1966 mostró casi 200 pinturas. Su desaparición, además del pesar que causó a su familia y a sus amigos, su muerte cortó una más que floreciente carrera.

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