Viernes, 2 de febrero de 2007 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Qué no hubiera hecho el Robert Altman de Prêt-à-porter con los desfiles de Roberto Giordano en Punta del Este? Quizá le habrían parecido demasiado pedestres y monocordes para tomarlos como tema de una película, quizá tampoco le habría interesado la uniforme fauna tilinga que concurre a semejantes acontecimientos. Pero después de ver, el domingo pasado a las 23 por Telefé, la soporífera procesión de modelos con diversos atuendos —siempre que hubo oportunidad, mucho culito-less: el diminutivo es porque estas chicas no portan bochas saltonas como las de la tapa de Paparazzi— melosamente elogiadas por el peluquero mientras su asistente Teté Coustarot pasaba los chivos (aparte de las marcas de ropa, hubo menciones de hoteles, carteras, medias, celulares, guantes, sombreros, anteojos, porque en verdad todo el evento fue una larguísima tanda publicitaria), surgen algunas coincidencias con aquel film de Altman, en un plano muy menor, no hace falta aclararlo.
Por ejemplo, en Prêt-à-porter, el diseñador Cy Bianco que interpretaba Forest Whitaker (presentando diseños de Xuly Bet) lucía en alguna escena una remera con la efigie del Che Guevara, una ironía del cineasta sobre las tergiversaciones del consumismo. En su desfile, Roberto Giordano salió a saludar a sus “diosas” —así las llamó insistentemente— con un blazer azul debajo del cual tenía una camiseta ¡con el rostro de Roberto Giordano, tamaño natural! Así es como la realidad caricaturiza al arte, involuntariamente, a veces.
Por otra parte, hacia el final de Prêt-à-porter, después de poner de manifiesto un mundo de explotación, rivalidades, traiciones y estafas detrás de las apariencias de sofisticado glamour, Altman cerraba su obra con un desfile de modelos en cueros con el pretexto de que la estrella de una diseñadora (a cargo de Anouk Aimée) estaba embarazada (era Ute Lemper, quien se deslizó por la pasarela con su panza de ocho meses apenas cubierta por tenue velo). Como se trataba de un film sobre la trastienda de una gran mascarada, Altman decidió que su crítico retrato concluyera con una serie de modelos despojadas de sus disfraces, en una resolución genial. Bueno, en el último número del circo Giordano, con todas las chicas en la pasarela contoneándose y sonriendo a diestra y siniestra como corresponde, una morocha se detuvo unos instantes, los suficientes para quitarse la parte superior de su atuendo, quedándose en tetas. Dio la sensación de que todo estaba arreglado, porque a la modelo se la veía relajada y divertida, pero se nota que RG pensó que tenía que justificarse frente a un público tan familiar, que podía mirar culetes (con hipócrita hilo dental) a rolete pero no lolas sueltas, qué indecencia. Entonces, se hizo el sorprendido en su buenísima fe: “No, no lo puedo creer, por diez minutos de fama, por favor, nunca más, no diré el nombre, es una modelo extranjera, quería prensa”.
Como previamente el conductor había prometido una y otra vez un final infartante con una mujer crazy, cuando la chica liberó sus tetas pareció que había llegado el momento de la ambulancia, la unidad coronaria, la digoxina. Pero no, el gran remate consistió en traer a la pasarela una gran torta de crema (no chantilly, evidentemente) y que RG y sus diosas se embadurnaran el morro. Qué crazy, che. “El hombre que inventó estos megadesfiles”, como dijo Coustarot, se pasó de transgresor. Pero él ya había avisado un rato antes: “Yo soy como los Babasónicos, no acato límites”. Ay, mamita, qué miedo: no queremos ni imaginar lo que se le ocurrirá para el próximo megaevento.
Lo que parece casi seguro es que no le encargará a nadie un guión, la dramaturgia, digamos. Porque a él le gusta repetir una y mil veces las mismas frases, preferiblemente lugares comunes, tal como si se tratara de mantras, a saber: “Estamos aquí contra viento y marea”, “El mar embravecido por estas diosas”, “Vamos, que juntos somos más”, “Con toda la fuerza, para la televisión del mundo”, “Cada día mejor, la cosecha de mujeres nunca se acaba”. Y desde luego, no podía faltar el patriotic touch: “Vamos, Argentina, somos los primeros”.
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