TALK SHOW
› Por Moira Soto
No, no estuvo el Dr. Goldfoot con su máquina de fabricar robots de formas femeninas, ataviados con bikinis dorados que, en la segunda parte (Las mujeres bomba), cumplían, por control remoto, el deseo del archivillano de terminar con los milicos del mundo. Sin embargo, en la elección de Miss Universo 2007 que tuvo lugar en México, transmitida por la señal de cable TNT el lunes pasado a las 22, era posible encontrar algunos paralelos con las explosivas muñecas de aquella película dirigida por Mario Bava con tanto espíritu lúdico: las participantes del concurso, homogeneizadas, uniformadas, coreografiadas, el pelo largo suelto, la sonrisa abrochada, parecían responder a la voz de un amo que, ay, no tenía los rasgos de Vincent Price sino los de Donald J. Trump, ese freak de extrañísimo peinado presente en el evento como productor ejecutivo. Desde luego, Trump no teledirigía a las chicas aspirantes a ser reinas por un año (tampoco las mandaba a suprimir generales...) sino que todo venía ya muy pautado, ensayado, aprendido y obvio es decir que no había modo de salirse del libreto (desfilar con diversos atuendos, decir frases hechas, agradecer, sacudirse y plantarse como las modelos).
Previamente, sin embargo, la representante de Suecia desistió de participar en concurso por considerar que allí se denigraba a las mujeres. “Nosotras también estamos en contra de ponerles precio a los cuerpos de las mujeres y que se las mida en kilos y centímetros”, dijo la feminista mexicana Pilar Murieras, poco antes de que tuviera lugar la elección y coronación. También les pidió a las aspirantes a Miss Universo que, durante la sesión de preguntas que se iba a realizar en el certamen, “se manifiesten en contra de la violación de los derechos sexuales y reproductivos en México y se unan a nuestro clamor de exigir respeto para decidir libremente sobre nuestra salud, bienestar y proyectos de vida”. Cosa que ninguna concursante hizo en estos términos, como era de prever. Naturalmente que en estas competencias destinadas a usar la belleza femenina como soporte de venta (de cosméticos, ropa, calzado, lugares turísticos), hay que aggiornarse un poquitín: así fue que la Miss ganadora de 2006, de Puerto Rico, anunció que en sus viajes por el mundo como soberana efímera había defendido la educación y la legislación sobre HIV/sida...
Como decía hace unos años Naomi Wolf en El mito de la belleza, en épocas de reacción, la pauta de la belleza domesticada converge con la campaña social contra las mujeres díscolas que intentan romper el patrón impuesto, controlado. Muy altas, muy flacas (pero con tetas, que las fábricas de siliconas y las clínicas de cirugía plástica tienen que prosperar), el pelo muy largo, muy producidas, las concursantes se ofrecieron en la noche del lunes al jurado para que dictaminara y a los/as televidentes, al parecer, cientos de millones en todo el planeta. Globalizadas para no ser menos, poco importaba que ellas representaran a Ucrania, Tailandia, Uruguay, las Islas Vírgenes, Corea, Nicaragua, EE.UU., Brasil... Todas se parecían, borradas sus particularidades en aras de la estandarización del glamour. Sólo Miss Tanzania quebró apenas el rígido molde con su cabeza rapada, su gusto por el fútbol y su profesión de “técnica de ingeniería” (así fue anunciada en la traducción simultánea que tapaba las voces originales). Pero igual, la tanzaniense, divina, escultural, un par de gambas interminables... Bah, con la carrera de top model exótica asegurada, aunque no de Reina de Belleza, que le tocó a la señorita Japón, de cabellera ondeada, ¡1,79 de altura! y 20 pirulos, que acá también se premia la extrema juventud. Miss Tanzania y alguna otra morena oscura –la de Angola, por ejemplo– cumplieron el cupo de la integración étnica porque siempre queda simpático demostrar que no hay exclusiones por el mero color de la piel.
Finalmente, varias décadas después de aparición en el mercado y de ser tan censuradas por sus medidas irreales, las Barbies –de antes de cambiar sus proporciones– han logrado reproducirse en mujeres de carne y hueso. Las chicas del concurso no bajaban del metro setenta y cinco, siempre de tacos altos (como la muñeca, que ya viene con pie curvado), las caderas afinadas, las piernas alargadas, los pechos siempre turgentes. Aunque después de las críticas de las feministas, en los ‘80 se dejó de hacer la verificación pública de las medidas, es evidente que ya para inscribirse hace falta cumplir con cierto centimetraje y kilaje, amén de una cara que responda a los cánones al uso. Por cierto, para que las participantes no quedaran como descerebradas, hace un tiempo se empezó a adjudicarles intereses culturales, humanitarios, aspiraciones profesionales, mientras que todo rasgo de singularidad propia se disolvía en pos de la serificación. Porque lo que de verdad importa, lo que vende son las apariencias que dicta el mercado en esta “competencia cada vez más feroz”, como dijo el insufrible animador de la sonrisa tan congelada como la de la señorita USA que patinó con sus tacones y su traje de fiesta y se cayó de culete, pero que supo mantener imperturbable su mueca complaciente al ponerse de pie y seguir como si nada.
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