TALK SHOW
› Por Moira Soto
Tres hermanas, una cifra bastante solicitada por el teatro y el cine, recalan con diversos pretextos en el baño de la casa familiar donde aún vive la madre, afectada de mal de Parkinson, cuyo cumpleaños número 70 se está festejando. En Verona, la última pieza teatral de Claudia Piñeiro (Un mismo árbol verde, en cartel desde la temporada pasada; la novela Las viudas de los jueves), Adriana, Gabriela y Cruz, tres chicas en la cuarentena, sacan a relucir viejos rencores, deudas sin saldar, resentimientos varios, en fin, formas de desahogo que suelen estallar en reuniones familiares más o menos forzadas por alguna celebración. Pero en verdad el problema que las perturba y las irrita, más allá del divorcio de Adriana y de las sospechas que despierta su nuevo novio, es de qué manera se van a repartir la responsabilidad de atender a una madre enferma en franco proceso de deterioro.
Según las estadísticas, en casos semejantes, son las mujeres las que se hacen cargo de los ancianos y las ancianas de la familia, y si se trata de varias hermanas, es un clásico que sea una de ellas la que asuma el compromiso. Si no hay hijas, alguna mujer cercana –una nieta, una sobrina, incluso una vecina compasiva– es quien cuida o ayuda a la persona mayor que lo necesita, según la casuística de médicos que trabajan para Pami. La participación directa, práctica, del hombre aparece recién en cuarto, quinto lugar, porque habitualmente el rol masculino se limita a tomar decisiones, aportar dinero, tomando una cómoda distancia. El tema geriátricos, por otra parte, sigue siendo tabú en una sociedad hipócrita que, en vez de exigir mejor calidad de vida para viejos y viejas en esas instituciones, tiende a ocultar lo indispensable de este recurso en un mundo donde se ha alargado la expectativa de vida (lo que en muchos casos significa años de postración), a la vez que se desprestigia la vejez y no se intenta favorecer el rendimiento de su capital biológico generando terapias ocupacionales o alguna forma de integración vital.
Tampoco hay demasiadas obras ni cinematográficas ni teatrales recientes que remitan a la temática de la vejez en tiempos actuales. En No nos dejes colgadas, realización de Diane Keaton sobre la novela de Delia Ephron, de tres hermanas, Meg Ryan era la que se ocupaba del padre enfermo, un viejito picarón sobreactuado por Walter Matthau. Mientras que en Con sólo mirarte, la inflada película de Rodrigo García, la tensa doctora Glenn Close aparece viviendo con su anciana madre esclerótica, pero esa situación que se esboza como conflictiva es rápidamente dejada de lado. Una aguda pincela de Doris Dörrie en ¿Soy linda? mostraba a una vieja hemipléjica en una silla de ruedas, abandonada en un aeropuerto, con un cartelito abrochado, firmado por la hija, que decía algo así: “Lo siento, la quiero pero es hora de que viva mi vida”, concentrando con trágico humor la situación de millones de mujeres maduras atrapadas por la vejez cada vez más larga de padres y madres.
La pieza de Claudia Piñeiro fue escrita hace tres años, cuando estudiaba con Mauricio Kartun: “El te da disparadores. En este caso, en un baño, sobre una bacha, hay una carterita de strass y alguien entra. A partir de esa imagen, yo escribí Verona y, por ejemplo, Marcelo Pitrola, Princesa peronista. Fijate cómo con un mismo punto de partida pueden aparecer temáticas e intereses distintos. Lo mío, bien de género, me tocaba de cerca, aunque esta ficción no refleje puntualmente mi propia historia porque, para empezar, no tengo hermanas. Pero tiene que ver con una experiencia de vida: mi mamá se murió el año pasado. Y en la novela que estoy escribiendo ahora, cuyo título sería Elena sale, hay una madre enferma y una hija que se tiene que hacer cargo. El mismo asunto que en Verona pero desde otro enfoque absolutamente diferente, con una mirada más tremenda, una sordidez que no existe en la pieza, para mí una comedia negra. Una amigas fueron a ver esta obra con su mamá, y esta señora les comentó después a sus hijas: ‘Qué problema que se hacen ustedes con esto de ayudar a las madres, nosotras no teníamos tanta historia’. Por supuesto que ésta es una cuestión que se ha agudizado en años recientes: las mujeres tratamos de tener una vida propia, empezamos a tener hijos más tarde. Entonces, se puede juntar el cuidado de los padres (que viven más tiempo) con atender a los hijos que todavía nos necesitan. Yo siento que, salvo en ciertos arranques prejuiciosos, puedo ser cualquiera de estos personajes de la pieza, que puedo decir una barbaridad, ver cómo sacarme a mamá de encima y a la vez afligirme porque no está bien... Creo que la clave para poder tratar ciertas cosas es incluirse, porque es muy fácil criticar con el dedito acusador desde afuera”.
En la puesta de Verona que se ofrece localmente, protagonizada por Eugenia Fraguas, Lili Popovich, Teresa Rocha y Marcos Dubuch, el director Marcelo Moncarz eligió un tonó más cercano al realismo, sin excluir la comicidad. En cambio en la representación (foto) que se hizo en ciudades de la Patagonia (donde Verona ganó una mención en un concurso de humor del Festival Emilia de Hueney), presentada por el grupo El arte ataca, se acentuó un registro –quizá más cercano a la intención de la autora– más desenfadado, de franco humor negro.
Verona, los viernes y sábados a las 21, a $ 18, en El Piccolino, Fitz Roy 2056, 4779-0353.
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