TALK SHOW
perdurable Medea
› Por Moira Soto
Sorete", le zampa en algún momento Medea a Jasón en la segunda parte de la muy libre versión de la tragedia de Eurípides que acaba de estrenarse en El Portón de Sánchez. Se trata de Los hijos de Medea, de Suzanne Oster, una obra que encara la historia casi exclusivamente desde el punto de vista de los niños –Medeíta y Jasoncito para el caso– que no son al final asesinados, aunque tampoco se llegue a un final feliz, puesto que todo culmina con el divorcio amistoso –después de mucho dolor y mucha pelea– de la pareja de padre y madre, cuando él ya se ha ido con Glause. La atrevida idea de la dramaturga y cineasta sueca Suzanne Osten –en la foto cuando presentó su film Los hermanos Mozart, en la muestra local La Mujer y el Cine– consistió en partir de texto clásico, respetando incluso algunas parrafadas de los adultos (ahora figuras secundarias) para dar forma a una pieza que pudieran ver chicos y grandes.
Por cierto, Medea –junto con Edipo, con Hamlet– es uno de los personajes más fascinantes e inagotables de la escena, recreado incontables veces en el teatro, la ópera, el ballet (hasta hay uno con acento flamenco, de Manolo Sanlúcar), la TV y el cine (de Pasolini a Von Trier y más recientemente, Ripstein). Entre las reescrituras de los últimos años, vale citar la de la alemana Christa Wolf, Medea Stimmen (Las voces de Medea, 1996), que guarda cierto parentesco con la de Oster: Medea no mata a su a su hermano al huir de la Cólquide, tampoco a sus chicos. La diferencia es que Wolf muestra directamente a la princesa errante como víctima de la xenofobia, y los críos son asesinados por el gentío que así desahoga su odio contra la extranjera, mientras que la nueva mujer de Jasón se suicida y él no pasa de ser un aventurerillo manejado por ambiciosos políticos.
Los hijos de Medea, en la puesta de Hugo Alvarez, tiene una afortunada introducción en la que los personajes, al trotecito, van contando los antecedentes de la situación con que arranca la tragedia original: en la nave Argos de Jasón y sus compañeros van en busca del vellocino de oro, acosados por las terribles arpías (en la ilustración, según el diseño de Steele Savage). Llegados a la Cólquide, Medea, nieta del Sol, cae violentamente enamorada del héroe y huye con él, previa promesa de matrimonio y lealtad. Pero Jasón no cumple, Medea ha dejado de comer y se la pasa entre amarguísimos lamentos olvidada de los chicos (que van adoptando ropa y lenguaje actuales) de los que se hace cargo una sensible niñera (la impagable Alicia Muxo), en tanto que el infatuado y trivial papá aparece cada canto con algún juguetito. Los chicos sufren los efectos del tenso clima, se divierten imitando a los grandes, se pelean, se sienten culpables de la separación... Aunque con algunas escenas alargadas, es ingeniosa la forma en que Osten juegan con imágenes y textos que remiten a varios siglos antes de Cristo, y se permite una transición al presente, manteniendo hasta cerca del cierre la esencia de los personajes de Medea y Jasón. A su vez, la niñera –con gracioso acento provinciano y mucho humor– reemplaza a la nodriza y al coro. Lo del final incruento tiene sus pros (pueden ver la obra chicos a partir de 8-10 años) y sus contras (¿quién que haya escuchado las dolientes, furiosas amenazas de M. puede creer en su conversión, por más maga que sea, ella que decía que su pasión era superior a su razón?).
Evidentemente, la pasión que enciende Medea es inextinguible: en la misma sala (Sánchez de Bustamante 1034) donde se ofrece Los hijos... (sábados y domingos a las 17.30), también se está estrenando M.E.D.E.A.,versión coreográfica de Medeamaterial, de Heine Muller, que va los jueves a las 22.
Asi es la vida
(La medea de Ripstein)
va en noviembre por Movie City,
Domingo 3 a las 16.10
Jueves 7 a las 10 y las 22 hs.
Martes 19 a las 20.10 hs.