Vie 22.11.2002
las12

TALK SHOW

queridísimo Amadeus

› Por Moira Soto

Olvídense de París: a pesar de todo lo que ya saben, siempre nos queda Mozart. Por la FM y el cable, en discos y casetes, en conciertos; y si se trata de sus óperas, que sea en algún teatro con buena acústica, apropiadas régie, dirección e interpretación. Y si además las entradas son accesibles, el deleite resultará imperdible. Por eso, quedan ustedes avisadas –todas las que amen la música de Mozart, acaso la más bella y profundamente humana que exista–: el próximo domingo, a las 17, en el Avenida (Avenida de Mayo y Libertad), se ofrece la última representación de Così Fan Tutte, con entradas que van de los 5 $ para estar propiamente en el paraíso, a los 30 de las mejores plateas. Se trata de una nueva y logradísima versión de Juventus Lyrica, esa asociación no gubernamental y sin fines de lucro que sigue –milagrosamente– brindando oportunidades a jóvenes artistas y difundiendo con mucha calidad el género lírico.
Opera mal comprendida en el XIX, acusada de “inmoral” por san Beethoven, tachada de misógina y tomada a menudo como una mera frivolité sobre los caprichos (femeninos) del amor, Così Fan Tutte forma una trilogía magistral con Don Giovanni y Las bodas de Fígaro. A esta altura (1790) de su breve vida, Mozart (1756-1791) ya había roto con las reglas del teatro musical que coercionaban su inagotable y original talento, y así es que alternaba libremente, fluidamente, lo heroico y lo cómico, la alegría y el dolor. Sin duda, intuía que el humor baja las defensas para que el drama conmueva más directamente.
Respecto de las denostadas durante largo tiempo Dorabella y Fiordeligi -las novias que se dejan enamorar por dos exóticos albaneses nada más irse sus novios a la guerra– hay que decir que son víctimas de una estafa perversa: el viejo enciclopedista Alfonso, amargo inescrupuloso, apuesta a los candidatos que sus chicas los van a engañar raudamente con otros hombres si ellos fingen partir. El plan es que Guglielmo y Ferrando regresen disfrazados y cada uno conquiste a la novia del otro, para lo cual han de apelar a cualquier recurso, incluso simular el suicidio. Dora y Fiordi, muchachas bienintencionadas, inexpertas y algo ñoñas, se dejan ablandar por la compasión... Y bueno, como cantaba Carmen, el amor es un pájaro rebelde que nunca conoció ley. Instigados por el pretendido sabio, Fer y Gug son la ocasión de lo que después han de culpar.
En esta maravillosa ópera, en que el discurso musical de Mozart se muestra tan comprensivo –más que el propio libreto– de los vaivenes del corazón de ellas, de su flexibilidad y sus contradicciones, se vuelven totalmente verosímiles las transiciones que suceden en horas. El compositor no parece aprobar demasiado a los desconfiados, mezquinos, embusteros novios. Y en cuanto a Alfonso, se diría que el guionista Da Ponte simpatiza con él, en tanto que Mozart lo pone amablemente en la picota, sobre todo cuando afirma al final que “todas son iguales”. Más iguales, en todo caso, son ellos, si bien en esta pieza de aprendizaje (el subtítulo era “La escuela de los amantes”) todo el cuarteto sale transformado. Sobre todo ellas, las soñadoras que bajan a tierra, pierden algunas ilusiones pero se humanizan. Por eso, al cierre se acentúa, aun sin que dejemos de sonreír, esa sensación de amenaza incierta, esa inquietud lacerante que recorre esta ópera, que va mucho más allá del puro divertimento.

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