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bananas
› Por Moira Soto
Subproducto degradado de aquel programa llamado “Los machos”, este “Tercer tiempo” que todavía –hay rumores de levantamiento por escasez de rating– se emite por Canal 13 los lunes a las 23, es casi un denuesto al género masculino, al menos a ciertos representantes que se presumen arquetípicos. A saber: médico fané con anecdotario misógino, señor maduro “sibarita de mujeres”, verdulero chillón y desmañado, joven de cabeza anticuada, y cura “moderno”, consejero espiritual y sentimental (los tres primeros, separados y con serios problemas con las mujeres; los otros dos, solteros y con problemas afines...).
Esta reunión de varones en un único escenario –el living-cocina de Alberto Martín, gourmet que pasa chivos de vinos con slogan y todo– sólo podía salvarse del tedio y del estancamiento mediante un buen libreto que incluyera un diseño de personajes verosímiles –con algún espesor, mínima complejidad– que se fueran revelando a través de diálogos, confesiones, debates que a su vez generasen una tensión narrativa, una progresión en alguna dirección. No es lo que sucede ni remotamente en “Tercer tiempo”, espacio del vale todo errático, donde nadie termina de formular una idea y se suceden las anécdotas inconducentes –reales, inventadas– narradas por los personajes. Más que hablar de misoginia –que la hay, la hay– correspondería aquí advertir la denigración del género masculino a través de estereotipos caracterizados –según los casos– por su fatuidad, memez, pedantería, cuadradez mental. Un muestrario patético que debería quizás provocar las protestas de alguna asociación defensora de la dignidad varonil...
En la última edición de “Tercer tiempo”, el quinteto de marras –con Daniel Aráoz más estentóreo que nunca porque su mujer lo echó y ahora convive con Martín– recibe la visita fugaz (como es usual desde que el programa empezó el mes pasado) de una mujer. En la ocasión, Esther Goris, vestida para impactar (vincha sobre la frente con lazo cayendo al costado estilo 1920; traje etéreo con profundísimo escote anterior y posterior), que trae un postrecito casero para su vecino Martín (adecuado pretexto para que en su ausencia se hagan chistes onda “hay que entrarle al budín”, etcétera). Ella es astróloga y tarotista, lo que viene al pelo para que el cura Gerardo Romano hable de supercherías, y alguno le insinúe a la visitante “¿Por qué no se la tirás al padre?”. Goris, aprovechando el lugarcito que se le concede en la pantalla, si bien apela demasiadas veces a la palabra “caramba”, hay que reconocer que pronuncia una de las líneas más sustanciosas de la velada para retrucar la desconfianza del cura: “Tranquilo, padre, acuérdese de que la Inquisición terminó con todas mis antecesoras, y ya no quedan brujas en este mundo”.
Como se trata de tipos tirando a bananas, hay bromas con frutas y verduras (pepinos, uvas, quinotos..., bananas), y no faltan las referidas a cuernos, travestis, la bombachita que la hermana del joven Matías Santoianni cuelga en el baño... En fin, casi todo lo que una mentalidad sexista y apolillada puede creer que representan deseos y fantasías de varones para los cuales, obviamente, la mujer es el enemigo, el chivo expiatorio de todos sus males, de la que sólo cabe obtener placer sexual. Por cierto, en el cierre, cuando la astróloga está tratando de serenar al chillón con una mano sobre su frente y la otra apoyada en su espalda, ¿quién irrumpe a los alaridos para saber dónde está su marido? La esposa que lo había echado de la casa –aparentemente con mil motivos– y que ahora, hecha un basilisco al verlo cerca de Goris, agarra al –esta vez– inocente a frenéticos carterazos.