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indomable
› Por Moira Soto
Al revés de cualquiera de las gitanas de “Soy gitano” –que mucho hacerse las cocoritas, pero terminan cediendo al autoritarismo masculino–, la Carmen de Bizet (libreto de Halévy y Meilhac, inspirado en Merimée) no sólo cumple resueltamente sus deseos sino que es respetada por la gente de su comunidad, su grupo familiar integrado por contrabandistas, taberneros, echadoras de cartas. Cuando sus amigos le anuncian que tienen “un affaire en tête” y necesitan de ella, les dice que no será de la partida porque está enamorada. “Vamos, Carmen, ésa no es una razón –alega El Dancairo–, no es la primera vez que confundes el deber con el amor.” La libertad sexual de Carmen es aceptada por los suyos, apenas le piden que una a José al grupo. Ella, que está encaprichada porque él se le resistió un poco, pero lo tiene bien calado, comenta: “Es demasiado tonto”. El Dancairo quiere saber por qué lo ama entonces, y ella da un motivo contundente: “Porque es guapo ¡y me gusta!”.
Así es Carmen, una adelantada que avanza, conquista, se da el gusto y si el tipo la harta (Don José es un especialista: pesado, posesivo, lloriqueante), a otra cosa (otro hombre) mariposa. Pero claro, el miliquito, que ha desertado por la cigarrera, como bien anota Camille Paglie en Vamps & Tramps (Ediciones Valdemar, Madrid, 2001), sin Carmen no es nadie. No hay Micaela que valga aunque justo es reconocer que la adolescente no es la mosquita muerta que se suele creer: la chica viaja desde Navarra a Sevilla, hacia 1820, hace frente a los soldados patoteros, se aparece en medio de la noche en el campamento de los contrabandistas en la montaña, y defiende a full la misión que la moviliza (llevar a Don José junto a su madre moribunda). Este es el momento en que el soldadito, si tuviese dos dedos de frente y dos gramos de sentido común, debería tratar de desligarse de Carmen –que ya no lo ama– y quedarse con “la monja de clausura del hogar”, como diría Bram Dikjstra, que le garantiza una vida sin sobresaltos. Pero estamos ya en zona de tragedia, la suerte está echada, José ya está envenenado y volverá para exigir un imposible, navaja en mano.
En la nueva visión de la espléndida ópera de Bizet que se presentó en el Luna Park la semana pasada, Carmen renace en toda su insolente sensualidad, pero también en su corajuda integridad, incluso en cierto humor desafiante (“Eres el diablo”, la acusa Don José; “Pero sí, ya te lo avisé”, se burla ella). Y aunque estamos de parte de la Carmen intensa y fatal de Alejandra Malvino, no podemos dejar de sentirnos tocadas por la decisión con que la Micaela de Teresa Musacchio vence el miedo y le hace frente a su poderosa rival.
Resulta inevitable evocar la bella y audaz puesta de Daniel Suárez Marzal para Traviata en junio del año pasado. Porque se trata del mismo ámbito (el Luna) y también porque figura aquí como director de arte Facundo Lozano que en aquella ocasión (bajo el arte de Milan David) había hecho la escenografía. Sin alcanzar el brillante nivel de aquella realización –y apelando nuevamente al recurso de la proyección de primeros planos en pantallas a ambos lados del escenario–, esta Carmen tiene momentos de auténtica bravura, y un último acto memorable. Camille Paglia, que acierta graciosamente en la descripción de este gran personaje femenino (“una dominatrix carismática”), la pifia cuando se propone defenderla de la presunta acusación de misoginia por parte de las feministas. Porque en general, Carmen es un rol muy reivindicado por losmovimientos de mujeres, tanto que en los ‘80 en Italia, al celebrarse el Día de la Mujer, se eligió como símbolo a la rebelde y osada obrera del tabaco.
(Carmen se ofrece hoy viernes y
mañana sábado a las 21, y el domingo
a las 19, con distintos elencos.)