TALK SHOW
Aves raras
› Por Moira Soto
De vez en cuando, la Academia hollywoodense tiene ciertos antojos que no suelen estar relacionados con los Oscar gordos: le da una estatuilla dorada a alguien que ya resultaba insólito que figurase en las candidaturas. Pasó en la entrega del 2001 con Marcia Gay Harden, actriz muy especial descubierta en 1990 por los chicos Coen para la femme fatale de Miller’s Crossing. A pesar de su calidad de intérprete y de su atractivo físico, Harden ha desarrollado una carrera irregular en cine, casi siempre en secundarios a los que saca relieve y brillo (estuvo impagable no hace mucho en Cowboys del espacio, como novia del piloto Tommy Lee Jones). Pero ocurre que a ella lo que verdaderamente le importa es hacer teatro, actividad para la que se formó a conciencia y en la que coincidió hace unos años con Ed Harris (en la pieza Simpático, de Sam Shepard) que es el director y protagonista de Pollock, film en el que Marcia hace a la protectora mujer del genial pintor, Lee Krasner. Justamente fue por esa labor que le dispensaron el Oscar.
Aún no estrenada en la Argentina, lo que es de deplorar, Pollock traza un retrato convincente, sin complacencias del enorme artista norteamericano en los que fueron sus años más fecundos gracias a que Lee lo tomó bajo su ala, alejándolo del alcohol e incitándolo a que pinte. Y no es que ella tuviera demasiadas tendencias domésticas o que fuese una esposa sumisa sin otro horizonte que su marido. Al contrario: cuando Krasner lo fue a visitar por primera vez a su departamento porque se había quedado loca después de descubrir algunos de sus cuadros en una colectiva, ya era una pintora destacada, con avanzados estudios en bellas artes. Pero se enamoró de Jackson hasta el flequillo de Cleopatra que usaba, supo percibir su inmenso talento cuando él apenas exponía, no ganaba un dólar y se emborrachaba con harta frecuencia.
Tenaz y aguantadora, con una fe apasionada en el arte de él, tan inestable y desvalido, Lee lo alentó, le dio de comer, lo abrigó, soportó terribles exabruptos, le buscó y consiguió críticos y mecenas que valoraran su trabajo. Así fue que ella, en los ‘40 y parte de los ‘50, al precio de postergar su propia carrera, logró que él fuera reconocido. “Le debo algo a esta mujer; sin ella estaría muerto”, dice Pollock en el film, descacharrantemente actuado por Harris. Lo notable es que esta cariátide, sin cuyo apoyo el pionero del expresionismo abstracto acaso no habría plasmado buena parte de su obra, siguió pintando en el cuarto más chico de la casa de Long Island adonde se mudaron, y aunque hubo intercambio profesional entre ellos, jamás se convirtió en su discípula y mantuvo su personal estilo.
Pollock, entonces, reconoce y destaca el rol de Krasner. El film culmina con el accidente de auto que le costó la vida a él en 1956, cuando ya estaban separados porque él se enredó con una amante más joven. Una leyenda al cierre rinde homenaje a Lee, la artista, cuya obra creció y se diversificó a partir de esa fecha.
Lee Krasner, que no quiso tener el hijo que Jackson le pedía porque no podía “lidiar con nadie más”, cambió de dirección luego de la muerte de su marido y regresó a formas humanas, animales, vegetales que aludían al ciclo de la naturaleza. También se dedicó a revisar su obra temprana, atrabajar con diversas caligrafías. Museos y galerías importantes se interesaron por su obra: en 1965, una gran muestra en White Chapel, Londres; en 1973, exposición en la Whitney de N.Y.; en 1983, cuando ya estaba muy enferma, primera retrospectiva completa en el Huston de Texas, muestra itinerante que llegó al MOMA neoyorquino cuando Lee acababa de morir.
Para Marcia Gay Harden “fue un honor encarnar a Lee Krasner”, de lo que resultó el feliz encuentro de dos aves raras, dos artistas distinguidas de peregrina nobleza, de vocación incorruptible.