TALK SHOW
Heridas múltiples
› Por Moira Soto
Se disgregan, fallecen, se reintegran, se estrangulan, se repelen, se entrechocan, se perforan, se desgarran, se muerden, se asesinan, se rehuyen... Parafraseando a Girondo, así podría decirse de los personajes de la pieza teatral Parásitos, recientemente estrenada. Por cierto excluyendo los verbos de ese texto –12, de “Espantapájaros”– que remiten al encuentro erótico, amoroso. Porque nadie más lejos de esa forma de la pasión que Federica, Beti, Ringo, Petrik, Multscher, los quebrantados protagonistas de la perturbadora obra de Marius von Mayenburg (1972), dramaturgo alemán prácticamente inédito en la Argentina hasta esta puesta de Ricardo Holcer en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759, sábados a las 21 y domingos a las 19.30), con Laura Mantel, María Merlino, Pablo de Nito, Carlos Borchardt y Carlos Weber. Para ser exactas, habría que señalar que Parásitos fue presentada el año pasado en el Instituto Goethe, en un ciclo de teatro semimontado, también con dirección de Holcer. Y que en el último Festival Internacional de Teatro un grupo lituano ofreció Cara de fuego, primera pieza del joven Von Mayenburg (autor asimismo de El hombre peludo y El niño frío).
Beti y Federica, dos hermanas bien distintas, sus respectivos maridos -Ringo y Petrik– y Multscher, un viejo que por quedarse dormido embistió a uno de los hombres, protagonistas heridos, aislados, desvalidos que en una jornada teatral –en la que no figuran ni relojes ni almanaques– intentan destruirse en forma encadenada, alternada, incesante. Un movimiento perpetuo verbal y corporal que retroalimenta el rencor, la sospecha, la humillación. Beti, la mujer del accidentado que quedó inválido, trata de salvar las buenas maneras en el diálogo, pero se desdice atacando subrepticiamente con las manos; Multscher, por su lado, el patético viejo solitario que dice que quiere reparar el daño que causó, es un invasor que practica la violencia imponiendo su presencia, ignorando el rechazo de seres que no pueden con ellos mismos. Son todos gente muy lastimada que se escuda en el cinismo, las amenazas, a veces –un respiro para el público– un humor negrísimo. Los accidentes –una columna que se disloca, una cabeza que se abre– son metáforas de esa agresión sin sosiego que los empuja a ninguna parte.
Ricardo Holcer, responsable de una recordada puesta de Los siete gatitos de Nelson Rodrigues, se entusiasmó con este combate entre vencidos/as e ideó una sagaz puesta en un espacio circular, con cuatro entradas en diagonal para estas 33 escenas que requerían un trabajo particularmente creativo con las actrices y los actores (que respondieron en consecuencia), ya que no se dan aquí ni antecedentes ni motivaciones de los personajes. “Están suspendidos en un presente continuo que alude a una realidad de suma actualidad, en la que reinan la incomunicación, el otro se ha vuelto inaccesible. En este viaje sin objetivos, detenerse es morir”, dice Holcer. El puestista se detiene en los personajes femeninos: Beti, la chica que trata de fingir una cierta normalidad mientras se va devorando a Ringo con sus cuidados, y busca de palabra la reconciliación con su hermana, pero de hecho la arremete. Y Federica, la embarazada a disgusto, la suicida frustrada, “que subvierte con insolencia los valores establecidos de la maternidad y que seguramente representa a tantas mujeres que han sufrido, que sufren embarazos indeseados y no pueden, pronuncia un discurso de rechazo, el tabú cultural se los impide... Federica les da voz, se siente incapaz, parasitada por su procreación, lo vive como una enfermedad. Y hasta se atreve a desmitificar la escena delparte con expresiones durísimas. Es un personaje femenino maldito como pocos en la dramaturgia actual”.