TALK SHOW
Una mina inagotable
› Por Moira Soto
Volveré y seré millones”: ¿podría haber dicho Antígona mil y pico de años antes que Evita profiriera esa frase, si es que la profirió alguna vez? Porque después de Sófocles, y sobre todo a partir del siglo XVIII, el mito de aquella hija del incesto –aunque no exactamente bastarda– no ha cesado de multiplicarse en representaciones teatrales, interpretaciones, actualizaciones, cual mina inagotable de perpetua vigencia. Entre nosotras, amén de la insoslayable reescritura Antígona Vélez de Marechal, vale recordar al menos dos muestras del interés que ha inspirado la complejidad de esa desacatada: las puestas bien diferentes de Alberto Ure (1988) con una memorable Cristina Banegas, y de José María López (el director, no el actor, 1994), quien, sin modificar el texto de Sófocles, apeló a técnicas y recursos visuales de culturas orientales y eligió un elenco integrado sólo por mujeres.
Antígonas, linaje de hembras, la pieza que mañana se presenta por última vez en el Centro Cultural San Martín, está interpretada mayoritariamente por actrices, salvo el personaje de Creonte, que se opaca frente a tanta mina brava. El autor Jorge Huertas puso el nombre de la célebre heroína en plural, al igual que George Stein en su magnífico ensayo (Antígonas, una política y filosofía de la lectura, Gedisa, 1988). Con indiscutible audacia y muchos aciertos, el autor planta a Antígona en Buenos Aires, en época incierta, y adopta acentos tangueros para sus versos infiltrados de otros versos que resuenan en el inconsciente colectivo porteño, argentino, respetando el devenir de la tragedia. E incluso dejando casi sin cambios algunas de sus escenas más conmovedoras y profundas. De movida, el coro azuza al bandoneón –en manos de Tomás Lebrero o de Paula Guzmán– a que toque “un tango enorme que despierte la paz del cementerio”. A partir de esa demanda se abren las compuertas de un largo infortunio que incluye la transparente alusión de “el Pentotal, el aire, el vuelo, el chapuzón”.
Es que estas Antígonas, además de remitir a instancias catastróficas de la historia argentina (desde “los negros agonizando en las trincheras paraguayas” y “los muchachos vencidos bajo un manto de neblina” hasta “los obreros deshechos a picana y submarinos...”) están hablando, en resumidas cuentas, de derechos humanos. El famoso conflicto planteado en la tragedia clásica –leyes humanas circunstanciales versus leyes divinas eternas– toma aquí, por parte de la protagonista, de su novio, del coro, del mismo Tiresias-Borges (un hallazgo) la defensa de derechos invulnerables aquí y en la China, derechos trascendentes e inmutables que hacen a la dignidad humana. Que obviamente incluyen a las mujeres en una obra que por momentos identifica a Evita –la Embalsamada Peregrina– con la rebelde Antígona, y a ésta con las Locas de Plaza de Mayo, otras mujeres que enfrentando poderes despóticos clamaron –y todavía claman– por dar sepultura a sus hijas e hijos...
“Hermosa es la gente de una sola palabra”, decía la Isabela de Medida por medida de Shakespeare, otro íntegro personaje femenino que pedía compasión y flexibilidad frente al rigor legalista masculino. Antígona, por su lado, ya había dado muestras de su misericordia cuando acompañó a su padre, ciego después de arrancarse los ojos, al exilio decretado por tío Creonte.
A la creatividad del texto de Huertas se suma la de la puesta de Jorge Aguirre, que se apoya ingeniosamente en el vestuario y los elementos escenográficos de Jutta Luprich. Las actrices están arropadas por bellas túnicas desplegables y entre sus méritos interpretativos figura el de unacuidada dicción para defender los derechos humanos de las mujeres a través de versos de renovada, desgraciada actualidad. Como los de Evita cuando arenga: “Nosotras, las mal paridas, las mal pagadas, las mal cogidas... Nosotras, las chinitas catamarqueñas atravesadas vuelta y vuelta en el altar del falo patrio...”.
Antígonas, linaje de hembra va hoy y mañana a las 21, en la Sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, Paraná y Sarmiento, a $ 3.