TALK SHOW
Las cosas por su nombre
Basta de subterfugios exculpatorios, de tergiversaciones paliativas del tipo “drama pasional conmueve a Francia”, tan usadas en estos días: Bertrand Cantat cometió un homicidio, quizá no intencional, al reventar a golpes a Marie Trintignant y dejarla agonizando durante siete horas. La actriz fue una mujer golpeada, una más entre millones casi el 50 por ciento de la población mundial femenina, según diversas estadísticas, es víctima de alguna forma de violencia masculina, mártir del “terrorismo de género”, como dicen las feministas españolas. O para citar a la escritora alemana Ingerborg Bachmann, del “fascismo cotidiano”.
Nada de atenuar el crimen con definiciones periodísticas vendedoras al estilo de “una relación tempestuosa”. Menos aún deberíamos aceptar que se estigmatice a Marie, la víctima que ya no puede defenderse, con insinuaciones como las publicadas que insinúan arteramente que se la buscó: “su vida sentimental era considerada por mucho como autodestructiva”. Sí, Marie se casó cuatro veces ¿y qué? Esos intentos de ser feliz, el haberse animado a parir cuatro hijos mientras desarrollaba su carrera de actriz teatral, cinematográfica y televisiva o simplemente el tener una mirada soñadora y melancólica ¿dieron pie para que alguien la moliera a trompadas, la torturara cruelmente? Porque muchas notas se empecinan en sugerir que ella era rarita, y él un muchacho impulsivo dominado por el alcohol y las drogas.
Subrayemos que Cantat, cantante de la exitosa banda Noir Desir, ha cultivado la imagen de tipo progre, comprometido con el movimiento antiglobalización, la causa palestina, a favor de los indocumentados... En fin, unos de esos “humanistas” que todas conocimos alguna vez, incapaces de practicar la caridad en casa, pero que hacia fuera posan de solidarios y compasivos.
Un esclarecedor ensayo publicado en 2001 por Piados, Hombres que agreden a sus mujeres, escrito por dos profesores de psicología norteamericanos, Neil Jacobson y John Gottman, pulveriza buena parte de los mitos sobre golpeadores y golpeadas (a veces asesinadas, voluntaria e involuntariamente) que se han aplicado a la muerte atroz de Marie Trintignant. Después de una exhaustiva investigación, Jacobson y Gottman concluyen que no sólo es mucho más probable que las mujeres mueran a manos de sus maridos (que a la inversa), sino que “hay más posibilidades de que ellas sean asesinadas por sus parejas masculinas que por todos los demás tipos de asesinos potenciados combinados...” Hombres estos que obviamente tienen mayor fuerza muscular y a los que su socialización predispone a emplear la violencia como método de control, intimidación, sometimiento.
Precisamente lo que al parecer hizo Cantat, furibundo porque Marie pretendía irse de vacaciones con sus hijos menores, a los que se iba a sumar el padre de los niños. En cuanto al atenuante de que estaba borracho y drogado, no sirve: “Ninguna investigación demuestra que el alcohol y/o las drogas sean la causa de las agresiones (...), algunos agresores los consumen, otros no, pero muchos encuestados le atribuyeron su violencia, intentando así minimizar la agresión”.
Jacobson y Gottman son bastante pesimistas respecto de la superación del problema: “Las acciones violentas se perpetúan porque consiguen su objetivo de someter (...) Por lo general, son voluntarias, es muy pequeña la minoría que sufre accesos realmente incontrolables”. Por otra parte, tanto los agresores como buena parte de la opinión pública sostienen que las mujeres provocan la agresión, cuando lo imprescindible para empezar a corregir la situación sería que los primeros reconocieran su responsabilidad, evitando así la culpabilización de la víctima. Pero todavía, en Oriente y Occidente, estamos en culturas de fuerte arraigo patriarcal, cuyas religiones han inferiorizado largamente a las mujeres exaltando el machismo y desvirtuando así, en muchos casos, las enseñanzas de sus profetas. Dice Nadine Trintignant, madre de Marie, “que quiere evitar que haya más víctimas, que Cantat no vuelva a decir que fue un accidente después de una pelea fuerte, porque a él no se le vio ni un moretón”.