Fugitivas en el desierto
Por S.T.
Valeria Flores es docente de una escuela primaria de la ciudad de Neuquén, la más grande de la Patagonia, con 200.000 habitantes. Cuando sus alumnos le preguntan si tiene novio o hijos, no elude la respuesta. “Soy lesbiana”, contesta, consciente de los riesgos que asume. No sólo eso. A principios de año decidió completar la declaración de cargas familiares poniendo a su compañera como concubina/pareja de hecho, tal la categorización de la planilla. Enseguida recibió una llamada desde el Consejo de Educación de Neuquén para preguntarle si había un error. Les dijo que no. La lesbofobia del empleado fue más allá. Le aseguró que el sistema (informático) no aceptaría esa respuesta. “Probá”, le contestó Valeria, imperturbable, al menos en ese momento. Claro que al ingresar los datos, la computadora no estalló. Valeria y M., que reserva su identidad por temor a represalias, se declaran pioneras. “En la Patagonia no hay nada sobre el tema lésbico”, afirmó M. La ponencia que Valeria llevó a la jornada Entre Nosotras se llamó “Fugitivas en el desierto”. Para ella, la heterosexualidad obligatoria es una construcción social tanto como ese pretendido desierto en el que habita. Ni lo uno ni lo otro son naturales, ya que para ser un territorio despoblado, en la Patagonia debieron someter y exterminar a los pueblos originarios. Fugitivas, porque las lesbianas escapan de a una de esa institución, como lo formuló otra lesbiana feminista, Monique Wittig.
Como sabían que nadie más que ellas iniciaría el camino, comenzaron a editar una boletina: “La Sociedad de las Extrañas”, nombre tomado de un texto de Virginia Woolf. Allí vuelcan recursos sobre lesbianismo, desde páginas web hasta la reproducción por entregas del texto “Mitos sobre las lesbianas”, de Alejandra Sardá y Chela Amadío.
La publicación es modesta, una hoja A4 doblada por la mitad, pero lo hicieron así porque sabían que podrían sostenerlo. “No más lesbianas detrás de las ventanas”, dice una de las tapas. De allí surgió un grupo de reflexión lésbico, y una red informal de contacto con lesbianas que les permitió pensar en una encuesta para saber de quiénes hablaban cuando hablaban de ellas.
Fue difícil, porque muchas de las mujeres consultadas en varias localidades no quisieron responder, y argumentaron que su sexualidad era “algo privado”. Hasta se enojaron por la intromisión. Pudieron recuperar 61 encuestas, en las que encontraron que la mayoría le da un alto valor a la visibilidad, “para ser libres en la elección”, “por ser honesta con una misma”, “porque la visibilidad ayuda a que la sociedad acepte la diversidad”. Las preguntas fueron muchas, y las respuestas servirán para diseñar nuevas intervenciones en el espacio público. Saben que su tarea es vasta, pero confían en que “a la manera de la piedra plana que se arroja en el espejo imperturbable del lago, genera círculos concéntricos que cada vez son más amplios: una publicación, pequeña, humilde, pero poderosa. Una vez leída, como la maldición bíblica, no habrá manera de mirar atrás sin el peligro de convertirse en estatua de sal”.
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