VIOLENCIA
› Por Sonia Tessa
La primera piedra la tiró Ruth, una joven de Córdoba que contó su actual padecimiento, casada con un hombre violento, y las dificultades para separarse, que se agravan porque tiene un niño de 2 años. Las intervenciones de las otras participantes de la comisión del Taller de Violencia apelaban directamente a Ruth, a la necesidad de cambiar su situación. Hasta que habló Mercedes, también de Córdoba. “Soy sobreviviente de la violencia. Lo bueno de haber iniciado este proceso de separarme fue haber venido hace 20 años al Encuentro y encontrar a compañeras que me escucharon, sin juzgarme, y me dieron un espacio”, relató sobre su propia experiencia, y puso algunos puntos sobre las íes. “Aprendí a no prejuzgar las situaciones de las demás porque es muy cruel ver mientras hablamos caras indiferentes o burlonas de las compañeras. Todas tenemos nuestro tiempo para salir de este círculo que es la violencia”, remató.
La primera jornada del taller comenzó con su potente heterogeneidad. Debió desdoblarse en siete comisiones, con al menos cuarenta integrantes cada una. Llegaron desde Buenos Aires, Santa Fe, Jujuy, Neuquén, Mendoza, todas tuvieron lugar para decir lo suyo. Después de Mercedes, habló Marta, quien también estuvo en una relación violenta, aunque la cortó apenas sufrió el primer golpe. “Hay que reconocer la violencia desde antes, cuando hay gritos, cuando se alza la voz. Creo que tenemos que conversar sobre el reconocimiento desde el primer paso hasta qué herramientas usar y qué hacer”, afirmó después de contar su experiencia.
El taller iba tomando espesura. Los testimonios se mixturaban con las experiencias de trabajo en la problemática. Fue el turno de Azucena, enfermera del Hospital Garrahan, quien contó que durante 20 años estuvo casada con un hombre alcohólico. “Si bien no hubo maltrato físico, porque no se atrevió a pegarme, sí sufrí el maltrato psicológico. Traté de sacarlo, creí que él podía cambiar, y me quedé con él sólo por mis dos hijos. Pero –apeló–, cuando sufran, cuando sientan maltrato, miren a sus hijos que también están sufriendo la violencia”, dijo, apelando a un punto bien sensible para muchas de las presentes. Pero ahora que Azucena logró salir de su relación violenta, le da un significado más amplio al término. Dijo que ahora siente un maltrato institucional. “Me trataron de terrorista”, dice sobre la acusación del Gobierno hacia los huelguistas del hospital.
En un clima de escucha, Cristina contó lo suyo. No necesitó demasiadas palabras para relatar que sufrió violencia. “Hará 15, 20 días, logré salir. Yo busqué ayuda porque no daba más. Ahora estoy alquilando. Soy empleada doméstica, gano 350 pesos por mes y el alquiler me cuesta 245 pesos. Pero me voy a ir arreglando”, contó mientras la voz se le iba quebrando. “A los 15 me enamoré. Y durante años aguanté porque pensaba que mis hijos no se podían quedar sin papá. Pero escuchando estos testimonios sé que hice mal. No esperes 30 años como esperé yo, porque no te ama –le habló directamente a Ruth–. No esperes que tus hijos sigan viendo tantas cosas.” Cuando Cristina terminó de contar su experiencia, Angelita se levantó a abrazarla. Un momento de rara intensidad encarnó en un taller donde pasó lo que el Encuentro hace posible: mujeres de distintas zonas del país, extracciones sociales, experiencias de vida, bagajes culturales, arman un espacio en común para reflexionar, y por qué no, empezar a cambiar su vida.
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