“Si analizamos el nivel superior de investigadores del Conicet, vemos que el 75 por ciento de los varones son casados, pero sólo el 25 por ciento de las mujeres lo son. Eso habla de una renuncia a organizar un proyecto de familia compatible con la competencia académica.”
Diana Maffía
Fue una de las pocas mujeres que ingresaban en la Universidad de Harvard (EE.UU.) a fines de la década del ’60. La primera en dirigir la Comisión de Energía Atómica de Francia –con casi 3 mil personas a su cargo– y también la primera en ocupar el puesto de dirección en el Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés). La astrónoma franco-argentina Catherine Gattegno de Cesarsky, a sus 63 años, acaba de poner otro mojón en ese periplo que la llevó a ocupar espacios en los que ninguna mujer la había precedido: el mes pasado asumió la presidencia de la Unión Astronómica Internacional (UAI), una organización casi centenaria que agrupa a 10 mil astrónomos y astrónomas de todo el mundo.
“Muchas veces en mi vida me encontré en situaciones en que era la primera mujer y, en general, no me llamó demasiado la atención. Pero esta vez sí, porque es un momento en que el tema de las carreras de las mujeres, en particular en ciencia, está reconocido como una cuestión importante”, le cuenta a Las/12 en comunicación telefónica desde Alemania, donde se instaló luego de asumir la titularidad del ESO.
Formada como física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires durante la década del ’60, Cesarsky partió junto a su marido rumbo a Estados Unidos para realizar estudios de posgrado en 1966. Pasó por la Universidad de Harvard, por el Instituto Tecnológico de California (CalTech) y luego recaló en Francia, donde permaneció por veinticinco años.
“En la Argentina, cuando estaba en la facultad no tenía la impresión de que era un problema ser mujer. Pero sí lo sentí en otras partes.” Recuerda que varios años después de emigrar se encontró en el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en inglés) con un jefe de departamento que le dijo: “Ella sí que era inteligente –en relación con una compañera suya–, porque Dios sabe que las mujeres en general no son para la física, pero a ella le iba bien”. Ante el comentario misógino, la astrónoma quedó atónita. Pero en realidad ya había tenido algunas experiencias de ese tipo en Estados Unidos. En Harvard, el trato hacia las féminas que pretendían estudiar ciencias era, cuanto menos, despreciativo. En una especie de acto caritativo, solían dejar ingresar a una mujer por año a la que llamaban token woman (“mujer tomada”). “Eso a las mujeres las desestabiliza y las hace sentir mal”, admite la flamante presidenta de la UAI, aunque reconoce que “el año que yo entré también ingresó otra mujer. Como éramos dos, sabíamos que no era por la obligación de tomar una mujer, que realmente nos querían a las dos, eso ya fue una gran ventaja. Pero sentía un ambiente de discriminación, porque los profesores eran todos hombres, sólo había una emérita, que había tenido una vida muy difícil. En general, había una falta de reconocimiento de las mujeres, y en el CalTech era mucho más notorio.”
Sabe que el hecho de haberse casado con un colega la ayudó a la hora de poder organizar la vida familiar antes y después de tener a sus dos hijos (de 24 y 27 años). Durante los primeros años de crianza no le resultó complicado conciliar el cuidado de los hijos con su trabajo, porque por esa época se dedicaba a la investigación teórica: “Es mucho más fácil de llevar que tener que hacer un experimento o ir a un observatorio”. Reconoce que ser madre la limitó en alguna medida: “Para mí hubiera sido muy útil viajar más y poder pasar un mes aquí y un mes allá para hablar con otras personas, pero viajaba por menos tiempo, y para mí era muy lindo tener esta actividad científica que me apasionaba y los hijos que eran una delicia”, rememora, consciente de que sus logros pueden ser un aliciente para las jóvenes astrónomas.
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