Vie 25.01.2008
las12

ALEJANDRA SEEBER:

El tamaño perfecto de lo imposible

Hay una puerta que es un cuadro y resultó de querer llevar a la pintura un ejercicio de Le Corbusier, quien recomendaba a sus alumnos ir probando en dónde quedaría mejor la puerta en un plano. La puerta-cuadro, que se llama Puerta-ejercicio, se puede ir moviendo por el espacio, está entreabierta y apoyada en el piso. La Odalista, otra de las obras, es el rostro de una mujer de grandes ojos ataviada con un tocado; nos mira embozada por una tela sin pintar, que como objeto real cubre la mitad del cuadro, velándolo a medias. También vuelve una pintura que estuvo en esta misma galería en el ‘96 y que quise incluirla porque me resultaba irresistible ver cómo el tiempo la había afectado, es Mujer pancho... Después está la serie de siete pinturas que conforman un solo trabajo y que son la misma imagen en distintos tamaños de una mujer gritando. Esta obra va en el piso, apoyada en la pared sobre un wallpaper con firmas mías. Se llama Grrrrito y hay títulos optativos basados en la obra de Clarice Lispector: Ella no sabe gritar o El derecho al grito. Esta modalidad de la repetición en diversos tamaños progresivos, a los que empecé a llamar “progresiones”, surgió con otra serie de obras que muy al principio se llamó Sobre la perspectiva y enseguida pasó a llamarse Intimidad y valor. La imagen de esta progresión es un cuarto de hotel y son trece obras con la misma imagen –supuestamente la misma imagen–, que va de muy pequeña a bastante grande (6x10 cm a 14x120cm).

Había dos temas que me interesaban: por un lado estudiar cuál es el tamaño perfecto de una obra y así comentar sobre el mercado que siempre marca más cara la obra más grande; y por otro lado quería armar un juego óptico en la instalación, colgando las obras de tal manera que desde un punto de vista se vieran todas.

Me encontré con que la obra, aparte de mis planteos originales, comentaba sobre la fotografía en el sentido de la ampliación, lo mecánico y no mecánico, y la imposibilidad de repetir exactamente lo mismo. Entonces también allí se abrió una contradicción en donde los conceptos de repetición-originalidad empezaban a hacer sus preguntas. Me empezó a gustar ver los cuadros en el piso como apilados, más que verlos colgados, es casi como ver en objeto la acumulación de una idea, más grande, más chica, como si estuviera representando su propia aparición como idea.

Para llegar a Grrrrito partí de la base de que las obras serían apiladas de esa forma y me interesó relacionarla con la intensidad del sonido: cómo sería en pintura “más bajo” y “más alto”. A esta obra, más que una progresión, empecé a llamarla una manifestación. La idea de que fuera un grito surgió de un libro infantil donde hay un dibujo del grito de una niña que colma una habitación. Me gustó mucho la casi imposibilidad de pintar un grito y el congelamiento de una situación tan activa. Me acordé de El grito de Munch y al buscar imágenes de gritos sólo me encontraba con la de Munch, luego aparecían acontecimientos históricos como el grito de Lares o el de Dolores. Ahora acabo de terminar la última serie, el tema es el patriotismo, y se ve la imagen –de pequeña a grande– de un puño alzando una Bandera argentina sobre un cielo de los mismos colores. Quiero seguir con esta modalidad y sus variaciones. Estoy trabajando en la imagen de un grito masculino y también con la palabra sí y la palabra no.

Viendo la muestra creo que su eficacia reside en que las obras de las tres no tienen nada que ver. Creo que lo que me gusta de mostrar con ellas es que la unión de las tres es una declaración de resistencia en la pintura.

Nota madre

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