Un 24 por ciento de los varones son incapaces de levantar los platos, lavarlos, preparar la comida, sacar la basura, tender las camas o lavar la ropa. Pero sólo el 8 por ciento de ellos no se ocupa de sus hijos. La diferencia entre la paternidad y las tareas domésticas muestra cómo los varones avanzaron (o disfrutan) mucho más de ser padres que en sentirse parte (y no “ayudadores”) de los vaivenes domésticos de cualquier hogar.

La diferencia entre clases sociales también se hace sentir. Evidentemente, en la clase media nació una nueva generación de padres presentes y está mal visto que los hombres estén muy alejados de empujar el cochecito o de asistir a algún acto escolar. Según las investigaciones de Catalina Wainerman, sólo el 3 por ciento de los varones de los sectores medios asume no hacer ninguna de las tareas de cuidado de sus hijos. En las clases bajas, los hombres siguen delegando más en las madres. El 13 por ciento de ellos se mantiene más distanciado de ocuparse de la escuela, darles de comer o llevarlos al médico. Con el consiguiente peso para las mujeres de la falta de corresponsabilidad masculina. O la valorización mayor de la maternidad en los sectores más humildes.

La mayoría de los varones (el 73,5 por ciento) hace menos de 1/3 de las tareas que implica la crianza de los hijos: bañarlos, sacarles los piojos, leer el cuaderno de comunicaciones, hacerles programas con los amigos/as, ayudarlos con la tareas, etc. (en un etcétera casi interminable). Y un 18,5 por ciento, más que 1/3 (una cifra mucho más alta al 6,5 por ciento que declaraba tener una participación activa en las tareas domésticas). O sea que se triplican los padres superactivos a los varones superactivos en la casa. Cuando las obligaciones con los hijos son ocasionales, pero no de todos los días (un cumpleaños, un evento deportivo o escolar o alguna vez que les cocinan o los cambian), los superpadres ascienden al 21 por ciento.

Fuente: La vida cotidiana en las nuevas familias ¿una revolución estancada?, de Catalina Wainerman.