Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
Por Rita Laura Segato *
Pasé en Tilcara éstas, mis primeras elecciones presidenciales vividas en Argentina después de 36 años de extranjería. Es aquí que resido por temporadas cada vez más largas, a medida que voy retornando al amado país, estimulada por el viento de la historia que lo viene acariciando en estos últimos tiempos. Y es, por lo tanto, desde esta Argentina profunda de fuerte raíz altoperuana que diseño mi semblante de la presidenta electa.
Sólo desde un margen femenino y también nuestro americano podría haberse pronunciado las palabras “no me la creo” y “quiero solamente colaborar, contribuir con mi país” con que la Presidenta saludó su histórica victoria. Permanecí esa noche largo rato sopesando cómo traducirían los diarios brasileños y la prensa inglesa la frase no me la creo, y acabé curvándome a la franca intraducibilidad de esa expresión que, sin embargo, me parecía una de las claves del perfil con que su enunciadora alcanzó la victoria. Pues explicar con paciencia, examinar en público sus razones y decisiones, informar y argumentar fueron faenas a las que Cristina se dedicó sin descanso en los últimos meses. Hablando con rigor, Cristina consiguió que mucha gente cambiara de idea. Elecciones ganadas en primer turno por casi el 54 por ciento de los votos son raras no solo en Argentina, sino también en el mundo, y la personalidad política que los ganó actuó de una forma poco habitual en el comportamiento de los líderes de masa: respetó la inteligencia de la gente, abogó sabiendo que más que emocionar tendría que convencer, no apeló a los afectos primarios, les hizo llegar a sus interlocutores que no creía que una retórica vacía podría persuadirlos. El pueblo de la nación se percibió reflexivo, inteligente y crítico.
No se trata de una hazaña pequeña, y es una hazaña conseguida a partir de una imaginativa reinvención de la práctica política. La invención de una mujer que ha decidido no dejar de serlo a pesar de las demandas de su campo de acción. Pero una mujer que se construyó de forma muy particular y nueva en ese campo: ni acompañante, ni ayudante, ni coadyuvante, sino coprotagonista, desde su posición otra y femenina. Una posición que no abdicó de un papel pleno a pesar de la relación complementaria. Ecos de una vivencia antigua de la tierra nos llegan con esto y parecería que Cristina sacó de la profundidad del baúl de las abuelas una forma de hacer política, sin abandonar la pose y las preocupaciones de mujer, y muy probablemente fue ésta una decisión que tomó hace mucho tiempo: ella no encarna ni el femenino de la solitaria self-made-(wo)man de la asertiva achiever anglosajona, ni tampoco representa la mujer accesoria y matrimonial de la también, al final, solitaria esposa de la familia nuclear moderna. Cristina recrea un femenino diferente, con estrategias propias de dualidad y no de binarismo en relación con el hombre que, sin sentirse vulnerado por esa razón, le hizo lugar en una posición tan inusual e inventiva como ésta. Pues no estamos aquí en el mundo del masculino unitario con sus adyacencias, atributos y restos de parcialidad, sino en el mundo del dos y de lo múltiple, donde el femenino es otro y al lado, con su plenitud propia y su propia forma de hacer política. Las autoridades aymaras se comportan, en la política, con esta forma de cooperación y de activa contribución entre dos y hacia el colectivo que Cristina bien describe en su discurso inaugural de la victoria. Cuando uno ve, desde lejos, a los mallkus reunidos para deliberar, ve el efecto de las dos cabezas, con sus dos sombreros negros, imagen gráfica de este coprotagonismo de un hombre y una mujer pensando juntos para la comunidad. Esta autoridad dual manda obedeciendo y, a diferencia de lo acostumbrado en las democracias representativas, concentra más obligaciones que privilegios.
Por estas virtudes de inteligencia, laboriosidad, capacidad comunicativa, seriedad y sabiduría tan particulares, las mujeres argentinas esperamos de ella, con el mayor de los anhelos, algunas actitudes que me atrevo a enumerar aquí en nombre de mi hija, mis parientas, mis amigas, mis compañeras y colegas: que vea a las mineras y otros emprendimientos extractivistas en su ánimo rapiñador con desconfianza; que perciba la expansión de las formas de monocultivo como la soja con temor; que donde encuentre todavía entramados comunitarios y mercados regionales los aprecie; y que bregue para que ninguna madre argentina tenga que recibir a un hijo en el mundo como una cruz y una condena: ¡aborto seguro, legal y gratuito ya!
* Antropóloga, investigadora asociada a la Universidad de la Integración Latinoamericana (Unila).
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