› Por Ana María Shua
Elsa Bornemann empezó a escribir tan jovencita que llegó a publicar durante casi cuarenta años, y consiguió enamorar a dos generaciones de chicos. A todos: a los buenos lectores pero también a los otros, a los indiferentes, a los que antes de leerla pensaban que los libros eran para los viejos. Los chicos amaban sus cuentos y a través de sus cuentos aprendieron a amar la letra escrita, la literatura, los libros.
Cuando Elsa empezó a publicar, la literatura infantil en Argentina estaba pasando por una larga crisis. Cierta psicopedagogía mal entendida insistía en proteger la frágil psiquis de los niños de todo conflicto. ¿Y cómo narrar sin conflicto? Nuestros mejores escritores se escapaban por el lado del humor.
En ese panorama estancado, la Bornemann fue siempre valiente, nunca le preocupó meterse con temas espinosos, difíciles, prohibidos. Se metió con la rebelión y la justicia en Un elefante ocupa mucho espacio; se metió con el miedo en Socorro, el primer libro de cuentos de terror de la literatura infantil argentina, enfrentó el tema de la dictadura. Los autores argentinos tenemos clara conciencia de cómo nos abría camino.
Te vamos a extrañar, Elsa Bornemann.
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