Parir es un poder
Por Moira Soto
Cuando propongo ‘parto domiciliario’, la reacción suele ser: ‘ah, es algo nuevo’. Y en realidad, hasta los años ‘40, comienzos de los ‘50 del siglo pasado, fue algo corriente”, señala Raquel Schallman, obstétrica (según su título universitario) que reivindica la denominación de partera en homenaje a las comadronas, matronas de antaño, que perviven en algunas culturas. Esta profesional feminista que actualmente atiende partos en casa, es autora del libro Parir en libertad, de próxima aparición. “Apenas se internaban los casos que presentaban patología. Pero rápidamente se empezó a capitalizar la idea de que la institución era más segura: ahí es cuando los médicos se apropian del parto. Vale remarcar que la mortalidad de aquellos años de parto entre mujeres, borrados de la historia oficial (participaban parientas, amigas, además de la comadrona), estaba –según he escuchado en congresos– en las mismas cifras que las actuales, porque la intervención brutal que se está haciendo produce un increíble daño gratuito.”
–¿Cuáles son los pasos del maltrato hacia la parturienta en la actualidad?
–En los hospitales públicos, apenas una mujer traspasa el umbral, es tratada como un objeto: se decide sobre ella sin darle voz ni voto. De entrada, se la separa de sus afectos: deben entrar solas en la internación, no importa su edad ni condición. Esto es de una crueldad infinita en un momento de tanta vulnerabilidad, de tanta necesidad de contención amorosa. Se avanza sobre ella: te sacás la ropa, te ponés el camisón, te acostás, abrí las piernas que te vamos a rasurar. Le ponen directamente un suero, le meten los dedos, hacen tacto, rompen bolsa... Además, en horario diurno suele haber mucha gente aprendiendo, mirando, tocando. No se respeta la intimidad de la mujer, de un hecho tan íntimo.
–¿Por qué el grito está mal visto?
–Los llamados cursos de parto sin dolor, sin temor, son condicionantes para que la mujer “se porte bien”. Es decir, no haga ruido, no grite, obedezca, no moleste. En uno de los últimos E-24 por TV se vio a una parturienta que iba a gritar, y la mujer que estaba al lado le tapó la boca. Terrible. Sin embargo, el grito es bueno, liberador, genera fuerza, energía. Lo ideal sería que cuando una mujer está pariendo, se convirtiera en puro instinto. El sistema, y aquí hablamos también de la atención privada, apela precisamente a que piense. Y en esta apelación se la culpabiliza inmotivadamente en relación al niño por nacer: portate bien porque le hacés mal al bebé, etc. Ahí está la semilla de tantas culpas que acarreamos después las madres, que nos hacen responsables de todo lo malo.
–¿Nadie se pone en el lugar de la mujer por parir?
–En general, nadie. Vale recordar que la OMS, desde 1985, propone que a las mujeres se las estimule para que se muevan, caminen, y que los partos se realicen de forma vertical. Sin embargo, en hospitales y sanatorios se las inmoviliza acostándolas sobre sus espaldas, la peor posición: genera alteraciones en los latidos del bebé, produce más dolor, más angustia, mayor sensación de indefensión. Al no poderse incorporar, se dificulta el orinar, entonces le meten una sonda con el consiguiente riesgo de infección.
–Después de algunas décadas de progresivas conquistas, de concientizarse en temas de salud, ¿por qué las mujeres nos seguimos inclinando ante el discurso autoritario del poder médico, que nos despoja y perjudica?
–Quizá porque no hay otro discurso suficientemente fuerte y claro para escuchar... De todos modos, hay algunas mujeres que no se dejan avasallar, que se informan, pelean antes las condiciones. Pero la mayoría está sometida. Insisto en que lo que yo propongo, antes que alternativo, es un parto natural, normal.
–¿El que se hace habitualmente será un parto desnaturalizado?
–Y sí, es un parto intervenido, que incluye esa serie de maltratos, y algunos más... Nada que ver con lo que una mamífera cualquiera elegiría como sitio y forma de parir: cualquier veterinario, si tu gata va a parir, te va a decir que no interfieras, que la dejes tranquila elegir el lugar... Pero claro, además de una mentalidad cristalizada, el sistema está presionado económicamente, socialmente.
–¿Qué está pasando con las cesáreas?
–Es otro de los graves maltratos: hay un 60 % en primerizas, y el índice aumenta, particularmente en lo privado. En los hospitales se hablaba de un 30% pero está trepando, porque los residentes quieren “hacerse la mano” y encuentran justificaciones. Se trata de cirugía mayor, con siete planos de tejidos que se cortan y cosen, la peridural es algo serio y riesgoso... Además, la mujer a la que se le hace una cesárea innecesaria se queda con una fenomenal sensación de frustración, de traición.
–¿Tanto ensañamiento puede ser premeditado?
–No totalmente, pero una mujer generando vida dentro de su cuerpo representa un poder que no existe en ninguna otra situación de la vida. Nada se puede equiparar al poder de parir. Otra cuestión sería que esta imagen tan descarnada de la sexualidad femenina, tan ligada a la pasión, la locura, en el límite entre la vida y la muerte, resulta muy difícil de tolerar. Entonces, si esto no se puede reconocer y revisar, lo que se hace es reprimir. En cuanto a las parteras, el sistema las fagocita, aunque siempre hay algunas que consiguen zafar, al menos en parte, y logran –con discreción, con diplomacia– hacer cosas a favor de las parturientas.