Vie 13.09.2013
las12

PRO SEXO

› Por Noe Gall

En los años ’80 se produjeron en los Estados Unidos una serie de debates públicos contra la pornografía, impulsando la denominada “guerras feministas del sexo”. En ese contexto, Catherine Mackinnon y Andrea Dworkin comenzaron a utilizar la pornografía como modelo para explicar la opresión política y sexual de las mujeres. Bajo el eslogan “La pornografía es la teoría y la violación, la práctica” demandaban la abolición total de la pornografía y el trabajo sexual. Para estas teóricas toda representación sexual de la mujer es opresiva y no da cabida a voluntades ni empoderamientos. Su activismo se centra en promover leyes que regulen y censuren aún más la pornografía y el mercado del sexo, lo que trae como consecuencias la implementación de leyes de control y persecución a las trabajadoras del sexo.

Como contrapartida a este movimiento surgieron las feministas “pro sexo”, así denominadas porque luchaban por las libertades sexuales de las mujeres y las minorías sexuales. Sus mayores referentes son Path Califia, Gayle Rubin, Ellen Willis, Annie Sprinkle, entre otras. La premisa de esta corriente feminista era defender los derechos sexuales de las personas, tales como el consumo de pornografía o de trabajo sexual y las prácticas sexuales contrahegemónicas como el bondage y el sadomasoquismo. Una de las grandes críticas de estas feministas a las “antipornografía” era que, a través de sus demandas, devolvían al Estado el poder de regular la representación de la sexualidad, concediéndole así mayor poder a una institución patriarcal.

Hubo varios países y estados que siguieron el ejemplo de Mackinon y Dworkin, aplicando las leyes de censura y persecución –Argentina es uno de ellos–. En 2011, Mackinnon visitó a Cristina Kirchner, lo que trajo como consecuencia la eliminación del rubro 59, dejando más vulnerables a las trabajadoras del sexo.

Una ley que ejemplifica la regulación de las prácticas sexuales impulsada por esta corriente es la restricción de la cantidad de profilácticos que las personas pueden portar consigo, tanto en la vía pública como en espacios privados. En Estados Unidos y Argentina, sólo se permiten tres profilácticos por persona. Superado ese número, esos profilácticos pueden ser utilizados como prueba legal de ejercicio de la prostitución, en caso de una detención.

El feminismo pro sexo tiene ya varias décadas dedicadas a denunciar estas prácticas regulatorias de feministas aliadas con el Estado y con sectores morales conservadores, denunciando que la censura y la prohibición por parte del Estado incrementa el control sobre los cuerpos y las sexualidades de las mujeres, especialmente por su situación de vulnerabilidad en la distribución jerárquica de los cuerpos.

Sus propuestas se encaminan hacia una crítica feminista a la representación de la sexualidad en la pornografía hegemónica y normalizadora, considerando que la pornografía es una herramienta que empodera a las mujeres que trabajan en la industria del sexo.

El pos porno surge desde esta perspectiva, reapropiándose de la representación pornográfica con el fin de producir otras representaciones de cuerpos, sexualidades y deseos contrahegemónicos.

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