Viernes, 10 de julio de 2015 | Hoy
Por las doñas *
Una de las doñas contó en la asamblea del barrio que el marido compraba pornografía en la feria y cuando los chicos se acostaban a dormir la obligaba a mirar y a tener relaciones. De la charla salió algo muy interesante, que es que cuando estamos con alguien a veces no estamos a gusto y es un tema que casi no hablamos. Si bien hablamos de violencia psicológica, que es algo que nos pasa todos los días, también es algo muy común sentirnos incómodas, no disfrutar, no sentirnos estimuladas. Eso también es violencia y no lo hablamos.
Moni cuenta la historia de una compañera: “Mi marido venía a casa, muy cansado a las 10 de la noche, yo me iba a acostar, él venía, pim pum pan y me decía ‘ya está’. Dos minutos y así tuve cinco pibes. Nunca me preguntó si yo tenía ganas y mi mamá me decía que ni se me ocurriera decirle que me dolía la cabeza porque se iba a ir con otra”. Sesenta y dos años, siempre tuvo relaciones porque tenía que hacerlo, no sabe lo que es el placer. “Mi hermana tiene cinco chicos y no sabe lo que es un orgasmo –agrega Betty–, eso también es violencia.”
Una amiga viene a tomar mate y habla de un vecino, uno al que le falta una pierna, y dice “¿viste que va a ser papá? ¡y le falta una pierna!”, piensa que no se le para porque le falta una pierna. Es más de lo mismo, la que aborta, el que le falta una pierna, la mujer que la operaron y le sacaron un pecho, todo esto hay que tenerlo en cuenta, porque la dimensión de la sexualidad está invisibilizada en nosotras. Lxs que vienen al barrio a militar hablan de la necesidad, de la mercadería, de trabajo, de violencia. Nadie habla de genitales y placer. Eso pasa, no nos ven como mujeres sexuadas. Además en las reuniones de militancia y las mesas barriales son todas mujeres doñas y nadie habla de los cuerpos.
Es fundamental y sobre todo urgente hablar del cuerpo, porque todo lo que le pasa a una mujer pobre en la vida le pasa por el cuerpo, desde sentir hambre, tener un mal trabajo, el parto, la violencia, una violación, un aborto, la falta de placer. No sólo las pensamos, las vivimos en el cuerpo. La revolución no sólo es política y social: tiene que pasar por mi cuerpo.
El cuerpo que no entra en los patrones de belleza se margina, a las viejas, a las gordas, a las bolivianas, se margina mi cuerpo desgastado de tanto remarla, mis várices, mi celulitis. Marisa agrega: “Tengo genitales y un cuerpo que necesita ser valorado, por mí y por los otrxs. Aprendí de grande a autogestionar mi placer y a gozar. El posporno me invita a sentir como propias algunas sensaciones en mi cuerpo que durante mucho tiempo me hicieron creer que no eran para mí”.
“Yo siempre vi porno –dice Isa–, nunca tuve problema, he educado a mis hijos para que vean porno, yo sufrí problemas sexuales, sufrí violaciones y eso no me impidió tener una buena relación. Siempre nos tratan de viejas chotas, y las viejas en los ’80 cuando fuimos pendejas tuvimos toda una vida.... yo elegía, tenía y tengo relaciones.”
Hay que llevar el posporno a lo más cotidiano, porque al final nosotras no hablamos hoy acá de pornografía, sino de lo que nos pasa a las mujeres.
* Comisión Adrogué - Diplomatura de operadoras sociales en prevención de las violencias y promoción de la equidad de género.
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