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Lunes, 15 de marzo de 2004

FúTBOL › POR QUE NO SE JUGO AYER CHACARITA-BOCA EN SAN MARTIN

La verdadera historia de la suspensión

Razones más vinculadas con la política que con el fútbol parecen haber disparado la postergación del encuentro de más alto riesgo de los torneos oficiales de la AFA. Una historia que involucra internas políticas y la aparentemente eterna puja entre la Policía Federal y la Bonaerense. Una reunión esta tarde determinará si el partido se juega el miércoles.

 Por Gustavo Veiga

Una verdad de Perogrullo establece que al fútbol no se gana en los escritorios. Aunque en ellos, sí, puede jugarse o suspenderse un partido. Es lo que ocurrió con la cancelación de Chacarita-Boca por tiempo indeterminado. Un compromiso ingobernable, un espectáculo que la clase política se pasó de mano en mano, como quien no quiere hacerse cargo. Dos versiones bastante verosímiles circularon en las últimas horas sobre los porqués de la suspensión. La primera le atribuía a Mauricio Macri, el presidente boquense, un llamado al gobernador Felipe Solá para evitar el encuentro. La segunda coloca en una posición incómoda al ministro de Seguridad provincial, Raúl Rivara, porque sostiene que sobre su decisión de suspender el juego influyó un conflicto que mantiene con Gustavo Beliz y la añeja disputa entre la Bonaerense y la Federal. Por eso, sus argumentos públicos –que fueron otros– sonaron poco creíbles. Y estuvieron en línea con la nociva injerencia en el fútbol de algunos políticos, que se preocupan más porque no les tiren un muerto que por evitarlo.
Resultó tan insólita la suspensión de Chacarita-Boca que el juez Mariano Bergés, el viernes por la tarde, le libró un oficio a Rivara para que le informe en el plazo de 48 horas las motivaciones que lo llevaron a tomar semejante decisión. “Tengo razones suficientes para suspenderlo y no se las voy a decir”, le había manifestado antes el ministro a Mario Gallina, el director del Comité de Seguridad Deportiva (Coprosede). Rivara, incluso, fue aún más hermético cuando formuló declaraciones radiales: “Hay cuestiones de seguridad que hacen a la protección de las personas. Por eso no pueden trascender los motivos de la investigación que llevamos a cabo”.
¿A qué investigación se refería? ¿A un informe de inteligencia cuya existencia se cuestiona hasta en el propio Coprosede? Todo en el ministro de Seguridad bonaerense pareció improvisado. Y hasta puede interpretarse que su enfrentamiento con Gustavo Beliz por ocupar espacios incidió en la suspensión del bendito partido.
Rivara estuvo a punto de renunciar a su cargo cuando se enteró de que el ministro del Interior había incursionado en la provincia movido por el crimen de Marela, una de las chicas que terminó violada y muerta en una casa de Avellaneda. Además no digirió que el gobernador Solá, su amigo y quien lo designó ministro, saliera junto a Beliz y ante todas las cámaras en una conferencia de prensa sobre aquel episodio.
“No es una cuestión policial –explicó Gallina–. Yo estoy sorprendido porque hace quince días veníamos trabajando en el operativo para el partido. Propuse la cancha de Vélez y me dijeron que no. Hasta que el lunes 8, el ministro me dijo: ‘Hágalo’. Entonces le pedí a la AFA que no se jugara la tercera para que los equipos calentaran en la cancha y a Chacarita se le pidió un equipo móvil de seguridad. Se decidió otorgarle a Boca 5 mil entradas cuando en la popular visitante entran 7 mil, y el jueves a la tarde, mientras estábamos reunidos en la Jefatura de Policía, me llamó el ministro para comunicarme la suspensión”, se explayó Gallina, quien ni siquiera firmó la polémica medida por expreso pedido de Rivara.
El ministro bonaerense llamó a Julio Grondona, a Mauricio Macri y a Armando Capriotti para notificarles la novedad. Y así les dio rienda suelta a los recelos y las suspicacias entre los dirigentes, que se cruzaron en los medios cuando se conoció la postergación del partido. “A Capriotti se le escapó la tortuga”, exclamó el ingeniero parafraseando a Diego Maradona, como si se tratara de un tema chistoso. El vicepresidente de Chacarita, por su parte, afirmó: “Chacarita no mató nunca a nadie y, sin embargo, los clubes grandes tienen varios muertos sobre sus espaldas”. Su desatino no radicó en que hiciera un descargo sino en cómo lo dijo, estableciendo un macabro ranking donde se cuenta a los muertos por el color de su camiseta.
El enojo de Capriotti se basa en la presunción de que Macri influyó en la suspensión del partido. Así se lo hizo saber a otros directivos en laAFA, que incluso comentaban el trascendido mientras esperaban a Grondona, quien se encontraba reunido con el embajador de Vietnam en la Argentina. “No llamó...”, le negó a Líbero una fuente cercana a Rivara, aunque hubo dirigentes que insistían en atribuirle la decisión a Macri, por su fluida relación política con el gobernador bonaerense. En las últimas elecciones para jefe de gobierno porteño, Solá estuvo más cerca del presidente de Boca que de Aníbal Ibarra, evocó una fuente.
Sea como fuere, la sensación que quedó en el ambiente futbolístico es que nadie quería jugar el partido. Boca, porque se veía obligado a visitar San Martín después de 18 años; la última vez, en 1986, había ganado allí por 3-1 antes de que las dos hinchadas se pelearan con todo lo que tenían a mano. Chacarita, porque sus principales popes, Luis Barrionuevo y Capriotti, quedarían muy expuestos en la causa Bergés ante el menor incidente. Solá y Rivara porque no querían cargar con la responsabilidad política de eventuales problemas, y la policía porque se sacaba un asunto espinoso de encima.
Restaba avisarle al público que las entradas no se pondrían a la venta –como estaba previsto– el viernes pasado, apenas 48 horas antes del conflictivo partido. Eso se hizo en última instancia, como quien no quiere la cosa. Aunque ya poco importaba. El fútbol, otra vez, había resultado un botín de guerra donde se declama contra la violencia, pero poco o nada se cambia. Y, mucho menos, cuando existen mezquindades políticas y una falta de decisión comprometida para erradicarla.

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