FúTBOL › REFLEXIONES A PROPOSITO DE LA SELECCION ARGENTINA
El presente griego del fútbol contra el futuro del deporte sin injusticias
Pese a la caída ante México, el equipo nacional reivindicó una actitud, como el protagonismo, que es la única que puede cambiar el destino de un deporte en el que comenzaron a ganar los que no lo merecen, aun sin salirse del reglamento.
› Por Juan José Panno
Cuando se quiere hacer referencia a algo que viene de lejos en el tiempo suele decirse, con la agudeza de las expresiones populares, que ese algo “es más viejo que la injusticia”. La injusticia en el fútbol es, por tanto, más antigua que el fútbol mismo, aunque últimamente ha adquirido una notable presencia que la hace aparecer como novedosa. Este es el tiempo en el que aparecen dominando la escena los que ganan sin merecerlo, relegando a los que se supone que juegan mejor y son más capaces. Injusto aparece el triunfo de Grecia en la Eurocopa, injusto que Boca perdiera la final de la Copa Libertadores ante el Once Caldas, injusto que México le ganara a Argentina en el partido del sábado por la Copa América. Injusto, en toda la apariencia, pero de ninguna manera ilegítimo. Porque ninguno de los nombrados ganó armas desleales. No hicieron tiempo, no contaron con la complicidad de los árbitros, no pegaron, ni siquiera recurrieron a las zonas oscuras del reglamento para obtener alguna ventajilla; ganaron porque supieron defenderse y porque sus apuestas al ataque (o al contraataque, para decirlo con más exactitud) salieron bien.
Los griegos encadenaron una serie de circunstancias fortuitas para superar con la misma fórmula a Francia, República Checa y Portugal: centro, cabezazo, 1-0 y a cobrar. Desde que existen el fútbol y la injusticia es que se dan partidos en los que un equipo supera ampliamente a otro, pero este otro emboca un centro y se queda con todo. Y eso fue lo que pasó, al menos en los dos últimos encuentros de Grecia en la Eurocopa.
Once Caldas se colgó del travesaño casi groseramente en la Bombonera y aguantó hasta llegar a la definición a 12 pasos en Manizales, después de embocarle un zapatazo de media distancia a Abbondanzieri. El mismo Abbondanzieri, en la Selección, sufrió otro remate de largo recorrido en una de las pocas aventuras ofensivas de México.
Se habla en casi todos los casos de ventaja mínima que genera alegría máxima, como no podía ser de otra manera. Es que se juega para ganar (se trata de competiciones y no de encuentros de exhibición) y nada se le puede reprochar a aquellos que lo logran sin trampas. El argumento de que con partidos como los que proponen estos equipos se desdibuja gran parte de la belleza del fútbol, es apenas una consideración subjetiva que seguramente no debe inmutar a aquellos que finalmente se quedaron con la victoria.
La responsabilidad mayor, en todo caso, siempre está del lado del más capacitado técnicamente. Boca es más que Once Caldas; República Checa y Portugal son más que Grecia; Argentina es más que México; los que van al ataque y quieren la pelota son, por regla general, mejores que los que hacen todo lo contrario. Pero tienen que certificarlo en los hechos. Para eso se necesita que esos equipos (se podría hacer centro en Argentina) dupliquen el esfuerzo; multipliquen la creatividad y la búsqueda de variantes; recurran a la habilidad para generar peligro y sean muy precisos para definir lo que generan. También que reciban un poco de viento a favor y que no se los critique cuando pierden con la misma vehemencia con la que se los elogia cuando ganan. Estamos atravesando un tormentoso tiempo de nuevas injusticias en el fútbol, aunque ya se sabe que, por suerte, siempre que llovió, paró.