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Del manual a la siembra del caos
Por daniel guiñazu
Nadie en el fútbol argentino tiene dudas de que la Selección Argentina estará dentro de 365 días en Alemania. José Pekerman es el primero entre todos los que dan, a la clasificación, valor de hecho a punto de consumarse. Y esa certeza lo libera para hacer todo tipo de ensayos y cambios, sin poner en tela de juicio el objetivo final. Es bueno que, a un año de la competencia, el técnico no esté ceñido a esquemas prefijados, que no se conforme con más de lo mismo, que dude y que pruebe aun sin dudar. Bielsa no lo hizo, se enamoró de un equipo que le apareció rápido, y pagó en Japón un alto precio por haberse dado tan pronto por satisfecho.
También es bueno que Pekerman reaccione con velocidad cuando advierte que su esquema no funciona y que no consigue las respuestas colectivas que esperaba. Un buen técnico no debe esperar que termine el primer tiempo o que promedie el segundo para meter mano o modificar lo que haya que modificar. Tiene que hacerlo al instante porque no hay nada que se lo prohíba, salvo la costumbre o sus propias reservas mentales. Por eso, no hay que criticarle a Pekerman que haya variado su planteo, y haya sacado a Duscher y puesto a Tevez cuando corría, apenas, media hora. Y tampoco que haya movido los jugadores de posiciones como si fueran las fichas de un tablero.
Lo que sí podría ponerse en cuestión es el sentido de tantos movimientos. ¿Le sirve a la Selección que Zanetti marque sobre la izquierda cuando toda su vida lo ha hecho del otro lado? ¿Qué aporta Aimar parado en el círculo central a cincuenta metros de los delanteros? Que Tevez pueda arrancar volcado a la derecha, ¿lo faculta para jugar bien abierto contra la raya? A no confundirse: una cosa es ensayar variantes dentro de un orden determinado. Otra, muy distinta, es probar porque sí, sin más razón que la arbitrariedad o la ocurrencia del momento. Lo primero está dentro del manual de los buenos entrenadores. Lo segundo se parece demasiado a una siembra del caos.