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Lunes, 3 de octubre de 2005

FúTBOL

Jugando con el enemigo

En Messina, club de la Primera División del Calcio italiano, conviven en el plantel y son figuras del equipo el nieto de un capo mafioso y el hijo de un arrepentido de la Cosa Nostra. Una historia increíble.

 Por Enric Gonzalez
Desde Roma

No hay en Italia, ahora mismo, estadios como los de Sicilia. Rugen, sufren y gozan más que los otros. El San Paolo de Nápoles tiene un carácter similar, pero con el equipo en tercera división pesa sobre las tribunas la sombra de un luto. Palermo y Messina, en cambio, viven los mejores momentos de su historia.
El fútbol siciliano nunca tuvo nada fácil. El grito feroz, “¡terroni!”, con que se recibe en los estadios del norte a los equipos del sur, se complementa en su caso con inevitables invocaciones a la mafia y a la tradición sangrienta de la isla. Claro que hay mafia en Sicilia. Mucha y aparentemente eterna. Y a los mafiosos les gusta el fútbol. Claro que les gusta.
Que se lo pregunten a Giuseppe Morabito di Africa, uno de los grandes capos de la mafia calabresa. Morabito fue perseguido por los carabinieri durante 12 años, sin éxito. Se sabía que su refugio estaba en la zona de Aspromonte, pero no había forma de localizarlo. Hasta que un policía listo ató cabos. El nieto preferido del jefe mafioso, un muchachito llamado Giuseppe Sculli, jugaba bien al fútbol y formaba parte incluso de la selección italiana Sub-21. ¿Cómo podía Morabito, un apasionado del fútbol, resistir la tentación de asistir a los partidos del chico? De forma discreta, varios agentes se hicieron seguidores fieles de Sculli y de su equipo, el Verona. Y la cosa funcionó. Morabito fue identificado entre el público y detenido el 18 de febrero del año pasado. A su nieto, joven promesa del Calcio, se le vino el mundo encima: un abuelo es un abuelo, aunque se dedique a la extorsión y al asesinato.
La Juventus acababa de contratar a Sculli y se encontró entre las manos con un jugador deprimido y casi inservible. ¿Qué se puede hacer con un futbolista en estas circunstancias? Enviarlo a Messina, porque allí ya tienen experiencia en estas cosas. Sculli, un delantero finísimo, se incorporó esta temporada al equipo local. Y allí sí encontró el rendimiento que de él se esperaba.
A sus espaldas tiene un mediocampista casi de su edad, Gaetano D’Agostino, con más complicaciones familiares que las del propio Giuseppe Sculli. El volante es hijo de Giuseppe D’Agostino, un arrepentido de la Cosa Nostra que colaboró con los fiscales antimafia y sobre el que pesa, por tanto, la condena a muerte de sus antiguos colegas. Las condenas mafiosas se extienden a la familia inmediata. Eso obligó al hijo futbolista a dejar Sicilia y a instalarse en la capital, donde a la policía le resultaba más fácil protegerlo.
La Roma lo contrató, pero no es fácil jugar con soltura cuando el jugador debe entrenarse solo, con una escolta permanente y con miedo a que detrás de la próxima esquina lo espere un sicario para arreglar cuentas. D’Agostino no hizo nada en Roma. A mitad de la pasada temporada lo llamaron del Messina y no dudó. Regresó a la isla, convencido de que el calor de los hinchas constituía la mejor protección, y en pocas semanas alcanzó la titularidad. Volvió a jugar estupendamente. Como Sculli ahora. Ayer, en la goleada 1-4 ante Sampdoria, D’Agostino anotó el único tanto de su equipo.
Nunca se sabe cómo acaban estas historias. Por ahora, todo va bien. El público del estadio San Filippo los mima y los dos refugiados, el nieto del mafioso y el hijo del arrepentido, gozan con la pelota.

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