FúTBOL
La temporada 2007/08 en la Argentina se trae una serie de cambios que no necesariamente engrandecerán la disputa de los torneos o tranquilizarán los ánimos en tribunas y calles lindantes. Si el fútbol ve esfumarse buena parte de su esencia con estas modificaciones, los sesudos funcionarios y dirigentes, tan inoperantes como complacientes, que creen haber aportado soluciones suficientes, tendrán que hacerse cargo.
› Por Gustavo Veiga
Es como uno de esos principios de las matemáticas. Si el orden de los factores no altera el producto, cuando el fútbol suma medidas siempre da la sensación que resta. La temporada 2007/2008 que se aproxima nos lo confirma otra vez. La AFA, condicionada por los problemas que ocasiona la violencia, está a punto de aprobar algunas restricciones: menos público visitante en los estadios (o ninguno en el caso del Ascenso), menos entradas para vender y menos personal por partido. También habrá menos vendedores ambulantes, menos cuida-coches y hasta menos policías. Ya teníamos menos figuras que valiera la pena ver, menos hinchas corridos por la inseguridad, menos banderas y menos populares disponibles. Lo curioso de todo esto es que nadie pueda garantizar una cosa: que haya menos temor de ir a la cancha.
Cuando regrese el fútbol, a comienzos de agosto, nos toparemos con un espectáculo descascarado, como si fuera una pared mal pintada. Si la AFA reglamenta pasado mañana una serie de exigencias que le formuló el Comité de Seguridad Deportiva Bonaerense (Coprosede), las tribunas visitantes de los estadios de Primera División sólo podrán cubrirse hasta un 50 por ciento de su capacidad y en el Ascenso la sequía de huéspedes será completa. Como contrapartida, habrá más partidos televisados (ya se anuncian los diez de la A) y una sobreoferta que saturará la pantalla con encuentros de la B Nacional y su hermana menor, la B Metropolitana. No hace falta aclarar quién saldrá ganando. Incluso, cuando las empresas dueñas de los derechos de TV pagarán 180 millones de pesos por los 365 días de fútbol venideros.
El nuevo orden está basado en más y más aspirinas para un cuerpo enfermo. En un país macrocéfalo como la Argentina, las medidas tenían que adoptarse en Buenos Aires (la provincia que gobierna Felipe Solá y no la ciudad que todavía administra Jorge Telerman). Ocurrió durante dos o tres reuniones entre una comisión de dirigentes cuyos clubes tienen su sede en el conurbano y La Plata y el ahora fortalecido Coprosede. Ahí se definió el futuro del fútbol para todo el país. Resta ahora que el diagrama de emergencia lo apruebe el Comité Ejecutivo de la AFA una vez que regrese Julio Grondona desde Canadá, a donde viajó para ver la final del Mundial Sub-20.
La decisión más drástica consistió en la prohibición de concurrencia para el público visitante en todos los torneos del Ascenso. Los directivos que asistieron a las conversaciones con el organismo que preside Mario Gallina, concedieron aquella limitación sin demasiada resistencia, pero sí pidieron que la restricción no alcanzara a la Primera División. Al final, la solución intermedia para esta categoría será: la venta anticipada del 50 por ciento de las entradas que pueda ofrecer una tribuna visitante. O sea, no habrá una sola popular el día del partido para los hinchas que quieran seguir a su equipo fuera de casa.
Además, se obligará a todos los clubes de Primera que todavía no posean las cámaras de seguridad, a que instalen equipos fijos o móviles antes de que empiece el torneo, el viernes 3 de agosto. El requisito no resultará sencillo de cumplir: Newell’s, Rosario Central, Colón, Olimpo y San Martín de San Juan no los tienen, y Arsenal, Banfield y Tigre –sostienen en el Coprosede– estaban por contratarlos.
El fútbol que se viene, hecho a la medida del Comité de Seguridad Bonaerense y reducido en su convocatoria por una dirigencia jíbara que no ve más allá de sus narices, al menos bajará sus costosos operativos policiales. Así lo acordaron las partes y cada club del Ascenso disminuiría sus gastos en un 50 por ciento. La AFA también estaría dispuesta a transitar un camino alternativo para la comercialización de las entradas. Estudia descentralizar su venta en empresas privadas. Si así lo decidiera, podría entregarle el negocio a una compañía como Pago Fácil, perteneciente al holding de la familia Macri y que ya incursionó en estos asuntos cuando le tocó jugar a Boca partidos trascendentales. En la provincia de Buenos Aires sería el sistema Bapro.
El orden provisorio que se intentará imponer por un año también contemplaba la fabricación de localidades personalizadas con el nombre y DNI de cada espectador, puertas giratorias para los accesos que sólo se abrirían con la entrada magnética y que los menores de 18 años deban concurrir a la cancha con un mayor. Por ahora, estas medidas serán desechadas por impracticables. Al fútbol y su entorno se intenta reinventarlos, colocándoles un blindaje contra los violentos, aunque algún violento se filtró entre los dirigentes obligados a discutir qué medidas se toman.
Se trata de Juan José Muñoz, el presidente de Gimnasia que reconoció haber “apurado” en un vestuario al árbitro Daniel Giménez, quien concurrió a todas las reuniones menos una de la comisión designada para tratar asuntos tan delicados. Sus pares de los otros clubes bonaerenses, como Independiente, Racing, Estudiantes, Lanús, Banfield y Arsenal, más algunos dirigentes que ya lo hicieron en representación de la AFA, como José Luis Meiszner, Pedro Pompilio y José Lemme, el único de un club del Ascenso (es el titular de Defensa y Justicia), son los que discutieron el nuevo orden con Gallina y aceptaron varias de sus demandas. Pero a ninguno se le ocurrió decirle a Muñoz que, para guardar cierto decoro, se abstuviera de participar en los encuentros. Es coherente: cuando el Comité Ejecutivo lo suspendió por módicos seis meses el año pasado, pensó que aquel episodio con Giménez no había sido tan grave.
El otro aspecto de las transformaciones que asimilará el fútbol argentino en su conjunto, obligado por la violencia en las canchas bonaerenses y porteñas, es el modo de disputar los campeonatos. Unicamente en la máxima categoría seguirá todo como hasta ahora. Continuarán las temporadas que se desdoblan en dos torneos, el Apertura y Clausura, como viene sucediendo desde el período 1990-1991, en que hubo un solo campeón: Newell’s (derrotó en la final a Boca por penales, después de que cada uno ganara un certamen). A la siguiente, ya habría dos títulos en disputa que se llevaron River y otra vez el equipo rosarino.
De la B Nacional a la Primera D volverán a jugarse torneos largos, de dos ruedas, con un ascenso directo para el campeón y torneos reducidos por ahora en suspenso. Las promociones que tantos episodios violentos causaron se mantendrán y hasta mediados de 2008, los hinchas visitantes tendrán que seguir a sus respectivos equipos por la radio o por TV. Es una situación desigual con respecto a los clubes de Primera División. Ya sea por la precariedad de sus estadios, la ausencia de cámaras de seguridad y una múltiple oferta de partidos que tiene cada fin de semana (cuarenta en total), las más débiles instituciones del Ascenso soportarán el peso del experimento con sus tribunas semivacías, menores recaudaciones y un escenografía monocolor.
Las hinchadas locales no tendrán a quien dedicarle una estrofa, perderá su razón de ser aquel cantito de “y es para... que lo mira por TV” (a todos los equipos, semana por medio, les tocará la veda) y el fútbol, en definitiva, verá cómo se esfuma una buena parte de su esencia. Sesudos funcionarios, y dirigentes tan inoperantes como complacientes, pensarán que así se aportan soluciones suficientes. Deberían saber que otro principio de las matemáticas sostiene que más por menos, da menos. Y así parece que será lo que veamos cuando la pelota empiece a girar.
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