A contracorriente de lo sucedido, en una especie de ejercicio de periodismo contrafáctico, la Selección Argentina ganó la Copa América, no importa si en los 90 minutos, en el alargue o en los penales. De haber sido así, difícilmente se hubieran sucedido la cantidad de cuestionamientos al equipo nacional. O sea que si no se hubiera convertido en el cuarto gol chileno, el exquisito penal pateado por Alexis Sánchez, quizás el combinado capitaneado por Messi hubiera sido recibido por una multitud, y acaso felicitado por las máximas autoridades nacionales en el predio de Ezeiza, como sucedió con el subcampeón del mundo un año atrás.

Es cierto que en la final, los argentinos –y también los chilenos– estuvieron lejos de las expectativas, pero para el balance de lo que dejó el torneo en cuanto al juego, lo más disfrutable fue prácticamente todo el partido que se le ganó 6-1 a Paraguay.

Es probable que el pensamiento único de la menesterosidad resultadista insista, como siempre –o casi siempre, según las conveniencias– que lo único que importa es ganar. Y no importa cómo.