Lunes, 24 de julio de 2006 | Hoy
CONTRATAPA
Fue hace 40 años, el 23 de julio de 1966, en Wembley. El escritor inglés David Downing lo revisita así en su libro Argentina vs. Inglaterra, del cual se publica este extracto.
Por David Downing
Mirar el partido en video casi 40 años después de estar presente en el estadio de Wembley resulta una experiencia bastante rara. Por un lado, es tan dramático como lo recuerdo, pero por el otro parece ser un encuentro mucho más calmo. Sólo hubo un par de faltas violentas en todo el partido, todas provocadas por la irresponsabilidad de ambos equipos. También se vivieron momentos de abierto cinismo, principalmente del lado argentino, aunque los británicos no se quedaron atrás. Por ejemplo, Bobby Moore tocó la pelota con la mano de forma intencional en una jugada que actualmente sería sancionada con severidad, pero que en esa época era parte del juego. La cámara registró algunas cosas que no se notaron desde la tribuna, como una escupida a Stiles después de una típica falta injustificada. En términos generales, todo el partido se caracterizó por una lentitud increíble, como si los jugadores caminaran en un pantano.
De acuerdo con los testimonios de jugadores ingleses, el partido comenzó con una avalancha de faltas por parte de los argentinos. “El árbitro Kreitlein tuvo oportunidad de utilizar el silbato rápidamente. Las cuatro faltas en los primeros minutos del partido marcaron una tendencia que caracterizó el resto del encuentro. Los argentinos realmente eran los villanos”, afirmó Alan Ball. Pero era mentira; los ingleses cometieron tres de las primeras cuatro faltas; además, el mismo Ball ofreció la primera demostración de cinismo que acababa de sacar el arquero argentino. Luego se sucedieron una serie de ejemplos del juego sucio tan declamado contra los argentinos, pero que tuvieron a los ingleses como protagonistas: Stiles se trenzó en una dura riña, Cohen cometió el primer foul violento argentino. En el informe que la BBC realizaba a cada momento, ya figuraban cuatro faltas argentinas y siete inglesas. El comentarista del mismo medio también expresó sus esperanzas de que la tribuna no abucheara y que aplaudiera con ganas las jugadas argentinas.
Después del partido, los jugadores ingleses asegurarían que las faltas eran sólo la punta del iceberg. George Cohen se refirió a las “palmaditas en el hombro que se vuelven un tirón de orejas, las tiradas del pelo, las escupidas en la cara...”. Peters explicó cómo un apretón de manos disimulaba un pellizcón en el antebrazo. Hurst, con mayor dramatismo, aseguró que no había podido tener un momento de paz: “Para saber lo que sentimos en la cancha, habría que imaginarse a uno mismo caminando solo en un callejón oscuro bien entrada la noche; de repente, tenés que atravesar una entrada sin saber por qué estás tan alterado”.
Sin duda, a los argentinos les gustaban esas tácticas o a los ingleses los irritaba demasiado. Pero, por ejemplo, ése era el objetivo. Escupir se consideraba un insulto en cualquier parte del mundo, pero los ingleses lo consideraban una falta más grave que el violento contacto físico. Los tironeos de oreja y los pellizcones en el antebrazo no incapacitaban más que una escupida en el rostro, pero eran mucho más humillantes. Los argentinos trataban de destruir a los ingleses como los ingleses habían tratado de destruir a los argentinos en cientos de partidos anteriores. Esas tácticas eran sucias e iban en contra del espíritu del deporte, pero había otras infracciones mucho peores. Por ejemplo, el golpe que Stiles le propinó a Simón en el partido anterior. Hurst debe de haber sentido que caminaba en un oscuro callejón, pero los oponentes de Stiles sintieron el mismo miedo a plena luz del día.
En lo concerniente al fútbol, las cosas fueron bastante parejas. Hurst forzó una atajada de Roma al tercer minuto de juego, pero la siguiente oportunidad fue para la Argentina en el minuto quince, con un tiro de Artime después de una rápida e incisiva jugada. Cuatro minutos más tarde, un fantástico tiro de Más obligó a Banks a salvar a su equipo con un esfuerzo extraordinario. En términos generales, los argentinos parecían mucho más cómodos que los ingleses, marcando estrategias claras por toda la cancha, mientras los ingleses perseguían, hostigaban y embestían sin mucha suerte. Pero no se veían los resultados palpables de las técnicas visitantes: la línea de cuatro inglesa les marcaba el camino a Artime y a Más, que no recibieron el apoyo necesario de sus compañeros. Ambos equipos estaban organizados para evitar la derrota.
Entonces, en el minuto 32, Antonio Rattín intencionalmente atravesó su pie cuando Bobby Charlton pasaba con rapidez delante de él. De ninguna manera se trató de una falta grave; de hecho, Charlton se detuvo y se mostró molesto de que el árbitro lo llamara para el tiro libre. Desde ese momento, las cosas empeoraron. Stiles cometió una falta mucho más grave y recibió a cambio una escupida. Ninguno de los dos fue reprendido. Luego, Rattín cometió una falta seria sobre Hurst y González trató de amputarle una pierna a Hunt sobre el límite del área de penal. Rattín se dirigió al árbitro y discutió con él. No se observaban gestos de agresión, sólo parecía estar pidiéndole algo. De pronto, Kreitlein lo echó del partido; posteriormente informó que la causa de su decisión fue “violencia verbal”.
Muchos jugadores ingleses aseguraron que esperaban con ansia la expulsión del jugador argentino. Según Geoff Hurst, “Rattín atacó al árbitro desde el comienzo, cuestionó cada decisión, le gritaba en español cada vez que Kreitlein se le acercaba. Se la pasaba refunfuñando y gruñendo, riéndose con sorna ante cada falta argentina que sancionaba el árbitro; escupía el césped cuando el referí estaba cerca, señalándose el bolsillo como si se lo hubiera sobornado”. Cohen consideró que “Rattín se pasó los 36 minutos que estuvo en la cancha haciéndole sombra al árbitro... Adonde iba Kreitlein, ahí estaba Rattín, acechante, con una mirada despectiva”. Alan Ball relató: “Cada vez que tomaba una decisión contra la Argentina, Rattín parecía tomar como algo personal discutir con él... Herr Kreitlein se debe de haber cansado de que le discutieran todo; como resultado, terminó enviándolo al túnel”.
Como la cámara se dedicaba a seguir la pelota, no hay ninguna prueba que corrobore lo que sostienen los jugadores ingleses. ¿Qué hizo Rattín para que lo expulsaran? No hay dudas de que discutió con el referí los últimos minutos que estuvo en la cancha, pero no lo hizo de manera intimidatoria. No pudo haber sido nada que dijera porque, como reconocería posteriormente él mismo, Kreitlein no tenía idea de lo que el argentino decía en español. Luego del partido, Rattín reclamó que, como capitán de su equipo, tenía derecho a exigir una explicación por las medidas que tomaba el árbitro y que había solicitado un intérprete. Todo esto pudo haber sido (de hecho lo fue) una gran fanfarroneada, pero no había nada que impidiera que Kreitlein acatara el pedido de Rattín. Bien podría haber suspendido el juego y llamado a un intérprete para que le explicara a Rattín que no iba a tolerar el continuo cuestionamiento de sus decisiones. Si Rattín hubiera persistido con su actitud, no habría tenido derecho a quejarse. Pero por la forma en que llevó adelante la expulsión, Kreitlein pareció expulsarlo por ser un molesto bastardo. Definitivamente no fue una buena solución.
La negativa de Rattín a irse del campo, aunque bastante entendible, tampoco fue la actitud correcta. Durante ocho minutos se quedó parado en la línea exterior, con un pie adentro y uno afuera de la cancha, discutiendo con el referí, con directivos de la FIFA y con cualquiera que quisiera incorporarse. El descontrolado Onega escupió a uno de los funcionarios de la FIFA, Harry Cavan, mientras parte de la tribuna cantaba: “¿Qué están esperando?”. Parecía que en cualquier momento el árbitro abandonaría el partido o bien los argentinos se negarían a continuar. Los jugadores ingleses conversaban entre ellos, recordándose mutuamente que debían mantenerse lejos de los problemas. Ramsey se sostuvo en su posición con el rostro inexpresivo, pero algo de satisfacción debía sentir; después de todo, había logrado su objetivo: los argentinos habían explotado.
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