Lunes, 8 de enero de 2007 | Hoy
CONTRATAPA
El relato, que pinta de cuerpo entero al inefable entrenador, pertenece al libro Corazón pintado, del periodista Martín Sánchez, una publicación de ediciones Al Arco dedicada al siglo de vida de Defensores de Belgrano.
“Justo me tiene que tocar a mí”, decía o maldecía Angelito Labruna cuando le tocó dirigir a Defe y con Edgardo Pío Rodríguez como presidente. Era la década del ‘60, años de replanteos no sólo en el club sino en el mundo. Había que encontrarle un destino mejor a la vida, o mejor dicho, parte de la humanidad parecía entender que el mundo, como se iba desarrollando, marchaba a contramano de sus deseos.
Pero Angelito no filosofaba, Angelito quería tener plata en el bolsillo después de cada práctica para dejarse llevar por su segunda pasión después del fútbol: las carreras de caballos. Había llegado a Defe en 1965, y a no olvidarse que era una figura mítica del fútbol por su paso maravilloso por River como jugador, integrante célebre de la celebérrima “Máquina” millonaria. Angelito entonces quería que le reconocieran su pedigree. Pero don Pío, como lo llamaban, era comunista, en la época que en la Argentina adherir a esa ideología significaba más que nada apoyar el cambio de las utopías que se pregonaba en el planeta.
Angelito finalmente dio en la tecla dos años después, y el Defensores de 1967 fue uno de los mejores de la historia. Y entonces don Pío tuvo que descoserse los bolsillos: refunfuñando, pagó algunos premios. Pero lo hizo cuando sobró algo, y hasta le dio dinero extra a los jugadores cuando perdían: él decía que el esfuerzo ya merecía paga más allá del éxito del mismo. Y así, un poco como era de prever, este singular presidente hizo del club una cooperativa. Lo que quedaba de las recaudaciones, se repartía en partes iguales entre todos los jugadores y el cuerpo técnico. Si no quedaba nada, nada. Y ocurría también con los sueldos, cuando al cabo del mes, y después de cubrirse los gastos del club, el dinero era flaco.
“Esto no me alcanza ni para un par de boletos, y esta noche tengo una fija”, bramaba Angelito, al que nadie igual se atrevía a decirle algo porque el equipo se escapaba solo en la punta de la vieja Primera B, que era el trampolín seductor para ver de cerca a la máxima categoría.
Alfredo “Tucho” Imbrogno, que después llegó a la presidencia del club a finales de la década del ’80, era un joven entonces, y con otros compañeros que ya participaban en la vida de Defensores, se trepó un sábado por la vieja Secretaría, y a través de un hueco espió la charla de Angelito y comprobó su carácter del diablo antes de un partido trascendente. “Vos hacé esto, vos lo otro, y vos 2, escupile la nuca al 9 contrario”. Ya había terminado, cuando Larrea, el 9 de Defe, se lo quedó mirando: “¿Y vos qué me mirás?”. Claro, a él no le había dicho nada. “Vos jugá de 9, viejo, y si el defensor de ellos te llega a encajar una escupida, te saco.”
Ese campeonato del ’67 estaba compuesto de dos zonas, y sobre 20 partidos, Defensores ganó 14, nada menos. Muchos leales veteranos al Dragón aún recuerdan aquel choque decisivo con Temperley allá en el sur, en el que Defe podía consagrarse ganador de la Zona B , y así adquirir el derecho de disputar el título con el primero de la Zona A. Ganamos 2 a 1, pero lo que los muchachos no van a olvidar jamás fue aquel tren completo de hinchas de Defe. También se instaló en la memoria y el corazón la final que entonces jugó y ganó Defensores: fue justo contra Tigre, el primero de la Zona A, de noche y en la vieja cancha de Platense de Manuela Pedraza y Cramer. Un gol del doctor Tomino de tiro libre –sí, Tomino era médico y un volante exquisito, y curaba la pelota con sus precisas caricias– y otro de Fumagalli –“fuma fuma gol”, le cantaban– nos daban el campeonato. La gente y yo de pantalones cortos, rompimos un pedacito de alambrado para dar la vuelta olímpica con los jugadores, y porque veíamos que era demasiado posible el ascenso a Primera.
Demasiado... Ese año estaba previsto un torneo Reclasificatorio con los últimos seis equipos de Primera. Eran cuatro de la B más seis de Primera, y quedaban en la A los seis primeros de ese torneo a dos ruedas. Defe tenía un equipazo. Sin embargo, arrancamos extrañamente mal. Perdimos los dos primeros partidos de ese decagonal con Los Andes y Almagro. Pero nos recuperamos en la tercera fecha ganándole en Villa Crespo a Atlanta, y después como locales ante Deportivo Español. Otra vez aparecía rozagante la ilusión. La quinta fecha tocaba Newell’s en Rosario. Que a don Pío no le hablaran de concentraciones y cosas por el estilo. El equipo viajó en tren el mismo día del partido y almorzó en la estación. Y después algunos jugadores llegaron a la cancha del Parque Independencia en colectivo. Newell’s había concentrado tres días para este partido. Igualmente Defe perdió 2 a 0 sin merecerlo, y con un árbitro con costumbres localistas. Después de ese partido, Defensores pareció perder la fe y concluyó en el último lugar de ese decagonal con 3 victorias, 4 empates y 11 derrotas.
Don Pío y su conciencia dura... Trascendería con el tiempo que cuando el plantel y Angelito se aprestaban a arrasar también con el Reclasificatorio, una tarde el presidente se presentó en la práctica. Enamorado siempre del discurso breve, dijo estas pocas palabras: “Señores, les quiero comunicar que el club no está en condiciones económicas de llegar a la máxima categoría del fútbol argentino. Por ambición, no quiero hipotecar a Defensores. Son ustedes libres de hacer lo que quieran”.
Luego, cuando se iba concretando el derrumbe definitivo de aquella bendita ilusión, yo miraba de pantalones cortos y azorado cómo la gente grande rompía en la tribuna su carnet de socio o le prendía fuego. Don Pío después anunciaba la pronta inauguración del complejo natatorio, la nueva tribuna techada y una exclusiva confitería. Ah, y un restaurante, cuya concesión fue cedida finalmente a Angelito para resarcirlo del duro cooperativismo del ex presidente...
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