Lunes, 7 de enero de 2008 | Hoy
CONTRATAPA
Por Juan José Panno
El intrépido estudiante de periodismo deportivo tenía cabeza de cuero con gajos hexagonales y, tal vez por eso, cuando en una clase de taller gráfico el profesor preguntó si alguien conocía alguna de las obras de Julio Cortázar, respondió resueltamente:
–Hay un libro que se llama Rayuela, o algo así, y otro que se llama Vestuario.
Los jugadores del equipo A van ganado 1 a 0 y, como dominan ampliamente todos los aspectos del juego, están en condiciones de marcar un segundo gol, pero no lo marcan porque creen en lo que dijo un entrenador de esos que se la saben todas: “El 2 a 0 es el peor resultado”. Si pudieran marcarían el tercer gol, pero no pasa de lo metafórico eso de hacer el tercer gol antes que el segundo. Entonces deciden esperar que transcurran los minutos, tranquilos con el 1 a 0.
Pero ocurre que los jugadores del equipo B también creen que el 2 a 0 es el peor resultado y hacen lo posible para que sus rivales marquen el segundo gol y sufran posteriormente las consecuencias de ello. No se entregan directamente porque suponen que tendrían que dar demasiadas explicaciones, ya que no es usual eso de perjudicarse en defensa propia. Entonces lo que hacen es dejar agujeros a las espaldas, no sincronizar los movimientos defensivos, dar un paso adelante con la aparente intención de colocar en posición adelantada a un rival, sabiendo que si no le pasa la pelota a nadie el rival se va solito al gol y toda clase de artilugios de ese tipo.
Por su parte, los jugadores del equipo A, advertidos de la maniobra del rival, se colocan en offside, no explotan los agujeros, dan un pase de más cuando llegan a posiciones de gol.
Pasados los minutos, los jugadores del equipo B comprenden que deben cambiar porque el partido se va de largo con el 1 a 0 y adoptan una posición más enérgica para que se concrete ese segundo gol tan temido por los rivales: avanzan hacia su propio arco.
Los jugadores del equipo A advierten la maniobra y empiezan a defender con férrea voluntad el arco del equipo B, conscientes de todos los problemas que podría implicar, como ya se dijo, la concreción de un segundo gol.
El público, confundido en un primer momento, advierte la necesidad de entrar en acción hasta que gradualmente se produce el cambio de posiciones en las tribunas. Si en el campo de juego los que deben atacar para un lado defienden el otro lado y viceversa los otros, es comprensible que en las tribunas cada uno ocupe otro lugar distinto al que tenía antes.
Los hinchas del equipo B cantan: “Dos a cero... dos a cero...” mientras se dirigen a la tribuna norte.
Los hinchas del equipo A cantan: “Esta tarde cueste lo que cueste, el segundo gol tenemos que evitar”, mientras avanzan hacia la tribuna sur.
En el cruce de las hinchadas, a mitad de camino, se produce el choque: trompadas, puntazos, navajazos, cadenazos y hasta algún disparo de matagatos, por lo que el árbitro decide suspender el partido y el Tribunal de Disciplina castiga con descuento de puntos a los dos equipos por la violencia generalizada.
Queda institucionalizado que peor aun que el 2 a 0 es el 1 a 0 a favor o en contra.
Desde ese día todos los partidos terminan cero a cero.
El sábado a la noche el delantero soñó que en el partido del día siguiente ejecutaba un penal y era gol porque amagaba y disparaba a la izquierda del arquero que se iba, engañado, hacia su derecha.
El domingo, el árbitro cobró un penal para su equipo y el delantero, que tenía muy presente el sueño, amagó a la derecha y le dio hacia la izquierda del arquero, casi con displicencia, respondiendo a la premonición.
El arquero, que se había volcado justamente hacia su izquierda, no tuvo que hacer mucho esfuerzo para detener la pelota.
El delantero se quedó estático, azorado. La perturbación se multiplicó cuando el arquero, al pasar a su lado, mientras sacaba la pelota le dijo en tono canchero: “Los sábados a la noche me tiro a la derecha, los domingos a la tarde, no”.
El parte médico no daba demasiadas explicaciones de por qué el carrilero por la izquierda y el arquero no podían estar presentes en el clásico del domingo. “Lesionado”, se decía a continuación de los nombres de cada uno. Inquietos periodistas de esos que viven en los clubes grandes y conocen hasta el último chimento –aunque no suelen compartir la información con los lectores– sabían la verdad: que los dos estaban resentidos curiosamente en la muñeca derecha.
El carrilero por la izquierda se había lastimado por la piña que le metió a su mejor amigo cuando se enteró de que la novia le metía los cuernos con él.
El arquero se había lesionado cuando quiso parar con una mano la piña que le tiró su mejor amigo.
Otro caso curioso de lesión en la muñeca. Un crack de Flamengo no pudo estar presente en el superclásico contra el Fluminense porque se fisuró la muñeca por repetir obsesivamente los movimientos en el juego de la play-station. Ganó Fluminense 2 a 0. Eso sí: en la play-station, el equipo del crack, el Chelsea, había salido campeón.
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