Lunes, 22 de diciembre de 2008 | Hoy
CONTRATAPA
Medalla de oro en Beijing, Juan Esteban Curuchet es uno de los personajes deportivos de 2008. Coronado en la prueba Americana de ciclismo, en pareja con Walter Pérez, disputando unos Juegos Olímpicos por sexta ocasión, este marplatense de 43 años protagonizó una lección de esfuerzo y coraje. Su hazaña quedó reflejada en Curuchet, sangre, sudor y oro, el libro del periodista Marcelo Maller que acaba de lanzar Ediciones al Arco, del cual se ofrece este extracto, en el que el ciclista relata la intimidad de su consagración.
En la carrera, cuando hicimos el primer ataque, que fue al ochenta por ciento, veíamos que tenían dificultades para entrarnos. Cuando miro al pelotón estaban todos cansados y con la boca abierta. “¿Viste?”, le dije a Walter, y él me contestó: “Sí, sí”. Cuando hiciéramos el cambio no íbamos a esperar mucho más en intentar sacar la vuelta. Así que en un momento justo de la carrera Walter atacó utilizando su intuición, eso que tanto le había pedido Giovanni Lombardi previo a la carrera, logramos sacar la vuelta deseada y quedamos primeros. A partir de ahí teníamos que regular la carrera para llegar al final. Ibamos cerrando huecos, buscando nuestras conveniencias y sabiendo quién tenía problemas con quién. Luego Rusia y España sacaron una vuelta y estábamos los tres ahí. Pero los rusos venían muertos y Juan Llaneras, el mejor ciclista español, tenía un compañero que no venía bien. Ya nos dábamos cuenta de que peleábamos por el oro y de que, si no pasaba nada raro, teníamos una medalla. “No hay que perderla, no hay que perderla”, decía Giova-nni desde abajo. Entonces nos pusimos a una rueda de España y vino el último sprint. Recién a una vuelta del final supimos que éramos campeones.
Cuando crucé la línea de llegada sucedió algo curioso: Giovanni, aunque sabe que luego de un gran esfuerzo hay que hacer un trabajo regenerativo, de la alegría frenó en seco en la primera curva. No tenía el pulsómetro puesto, pero las sensaciones eran que estaba a doscientos por minuto. Y me subió un calor, se me daba vuelta el estómago. Me dieron agua, pero no la tomé; me la tiré encima porque la cara parecía un horno.
Festejamos con Walter, dimos varias vueltas con la bandera y me abracé con la ex patinadora marplatense Nora Vega, en lo que significaba a su vez un abrazo con mi ciudad. Pero mi estómago estaba al revés. Por eso cuando bajé de la bicicleta me fui a la cabina que teníamos y empezaron a apantallarme con toallas. Ni siquiera podía tomar un poquitito de agua. Se había juntado el cansancio, el esfuerzo y la emoción. Les decía que me tiraran aire y me saqué el calzado, las medias, me tiré agua en las piernas y puse los pies en el suelo que estaba frío. Saqué una colonia que siempre llevo conmigo, aspiré un poquito y luego tomé una Coca-Cola. Así pude ir reponiéndome lentamente y tuve que cambiarme el enterito porque estaba empapado.
Entonces fui al podio. En medio hablé con periodistas, el colega Bruno Risi me hizo una seña como sacándose el sombrero y llegó el momento de subir. No podía contenerme y se me vinieron todos los tics juntos; pienso que era normal porque allí cumplía el sueño que estuve esperando veinticuatro años. Tocamos el podio con Walter, dimos el paso y cuando nos entregaron la medalla fue algo muy fuerte. Rebobinaba mi carrera y pensaba en mi familia. Y cuando sonó el Himno mientras subía la bandera fue la expresión máxima para nosotros. Se me hizo un nudo en la garganta, tenía muchísimo orgullo.
Cuando bajé me llevaron al antidoping, todo estaba muy organizado. Me hicieron los análisis de sangre y orina y me fui para la cabina. Ahí empezamos a saltar y a festejar con todos los que estaban. Pero eran festejos con gaseosa y agua. No hubo en ese momento, ni en los días siguientes, siquiera una gota de cerveza. Nuestro festejo esa noche fue no dormir. No salimos de la Villa y nos quedamos toda la noche atendiendo a periodistas y hablando con nuestras familias y mirando las noticias en Internet.
Al otro día fui a ver a Las Leonas y me encontré con Maradona, que me reconoció y me dijo: “Bien loco, les rompimos el culo”. De ahí me fui a ver a la Selección de básquetbol, que también perdió en la semifinal. Y luego salí por primera vez a la ciudad, aunque fue para hacer compras. ¡Y me compré 60 calzoncillos! Cada uno valía un dólar y medio, me acuerdo.
También me invitaron unos días después a la final de fútbol y cuando Argentina salió campeón fui detrás de Maradona y no nos paró nadie. Nos pusimos en la puerta del vestuario y cuando llegaron los jugadores también empezamos a saltar. Me saludaron Julio Grondona y algunos jugadores.
Después entré a la cancha para ver la coronación con tanta suerte que pude dar la vuelta olímpica. Luego me sacaron la foto con Messi, que salió en todos los medios. ¿Quién iba a quitarme esa alegría? Y dijo que me conocía porque seguía todo por Internet.
Pero en China me quedaba una última emoción: llevar la bandera en la ceremonia de clausura. El momento en el que la recibí fue hermoso. Y hasta me dieron el portabandera. Para mí fue cerrar los Juegos de la mejor manera: la medalla era el broche de oro para mi carrera y, si necesitaba algo más, muy bien, ahí lo tenía: era el abanderado. Todos los argentinos me saludaron y me saqué fotos con ellos. Luego me fui caminando tranquilo y alegre con mi hermano y decíamos: “¿Viste que el de arriba existe? Se siguen cumpliendo los sueños”. Pero no como algo vengativo; la votación del abanderado para la inauguración había sido para mí un tema delicado. No me sentía ofendido con Ginóbili, jamás. Yo estaba molesto con el procedimiento y los miembros del Comité Olímpico Argentino que no habían apostado por un deportista amateur o por alguien que iba a competir en sus sextos Juegos. Me sonaba más a algo político que a otra cosa.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.