Lunes, 1 de noviembre de 2010 | Hoy
CONTRATAPA
Por Juan José Panno
El tipo se estremece con la noticia que escucha el miércoles bien temprano porque de casualidad tiene la radio puesta en Mitre y se da cuenta de que los balbuceos del periodista que habla con Gelblung indican que sabe algo más. Y un rato después llega la confirmación.
El tipo atiende por teléfono a amigos atónitos mientras busca, en La Nacion.com (masoquista, el tipo) los comentarios de lectores. Lee y se indigna: “y ahora te podés comer un asadito en el infierno con el Che Guevara y los desaparecidos; hasta la derrota siempre”.
El tipo salta del Twitter a las puntocom de los diarios, la radio, la televisión y sigue sin poder creer todo lo que lee y escucha, mientras trata de contener vanamente a su mujer que no para de llorar.
A esa altura y mientras espera que llegue pronto el censista, el tipo sabe que va a ir a la Plaza. Recuerda que ahí estuvo cuando asumió Cámpora, cuando Perón echó a los Montos, cuando la gente echó a López Rega, cuando lo mataron a Dalmiro Flores, cuando “Felices Pascuas”, cuando el indulto, el corralito, cuando se cumplía algún aniversario del golpe, casi siempre como cronista, a veces como ciudadano que ve pasar la historia.
El tipo va esa noche a la Plaza y se abraza con muchos conocidos entre tantos desconocidos que se reconocen como iguales. “Vecinococos”, decía Carlitos Abrevaya. Un entrañable amigo le quema la cabeza con sus comentarios excitados sobre lo que está pasando y lo que pasará. El amigo debe pensar lo mismo del tipo.
Al otro día, la mujer del tipo, que es docente y tiene asueto, vuelve a la Plaza. Hace la cola para entrar en la Casa Rosada. La cola larga hace. Trece horas. Vuelve con los pies y el alma hinchados. El tipo está orgulloso de su compañera y se lo dice.
Durante dos, tres días, el tipo, como la mayoría de los vecinos de estos parajes, casi no habla de otra cosa que de los claroscuros del presente y el futuro.
Lee a José Pablo Feinmann y a Juan Sasturain con placer, escucha y mira a Nora Veiras por la tele y piensa cómo hace siempre esta mina para poner en palabras, con tanta claridad, lo mismo que el tipo piensa; se regocija con las fotos de La Nación; advierte la mala leche de Clarín con el título “Marcó una época”, como dándola por cerrada, lee a Joaquín Morales Solá y casi vomita, recuerda a los que dicen que están hartos de la dictadura y que la lucha de los colegios tomados no sirvió para nada y relaciona todo eso con el fenómeno de los miles de jóvenes movilizados.
Al tipo le cuentan de un muchacho que dice que el padre se muere si se entera de que está en la Plaza, que viene de una familia gorila, pero nunca supieron explicarle tanto odio, que se acercó al kirchnerismo para ver qué era lo que estaba mal y descubrió que la cosa era al revés.
El tipo comparte con sus hijos una nota brillante que el Pelado Marchetti, de la Barcelona, escribió para La Vaca. Dice, textualmente, el menor de los hijos del tipo: “¡Muy buena! Ayer pensaba cómo cuando muere alguien uno tiende a ver las cosas con perspectiva, desde lejos. Y se murió Néstor y te olvidás (por lo menos hasta que pase la emoción) de las críticas puntuales que se les podían hacer a él y a ella. Fue muy raro todo. Como que se terminó de consolidar el kirchnerismo, o terminó de calar en la sociedad por la muerte de él. Y él nunca lo vio. Un capo Marchetti, uno se siente acompañado cuando lee notas como ésa”.
El tipo escucha en la tele a una señora, morocha, con acento provinciano, que habla entre sollozos. “Yo antes revolvía los tachos de basura y ahora tengo un plato de comida en la mesa, Néstor nos devolvió la dignidad”, dice la señora y el tipo se quiebra y suelta lágrimas que tenía contenidas.
Se enoja mal el tipo con la madre de un amigo que hace un comentario malicioso sobre Cristina y le pide que no siga porque él es “kirchnerista” y se sorprende de lo que acaba de decir y por eso ahora lo pone entre comillas, como si se tratara de un comentario de otro.
Discute (mal) con un tachero que habla como si tuviera que titular para Clarín y se queja del caos de tránsito por el cortejo fúnebre. Discute (mal) con un conocido que no entiende que el cajón cerrado es porque no se les quiere regalar a los medios la imagen del líder muerto. Discute (mal) con un atildado vecino que razona que el hecho de que lo velaran en la Casa Rosada demuestra que a este Gobierno el único poder que le interesa es el Ejecutivo. Discute (bien) con un compañero cercano a la CTA y al Tano De Gennaro que enumera desaciertos del Gobierno, pero no debe aceptar los aciertos y se habla de realidades, de datos concretos, de posibilismos, de utopías, de sueños, de vanguardias esclarecidas, de claudicaciones y alianzas estratégicas, de bolsas de basura y platos de comida.
En el domingo sin fútbol se supone que hay que escribir de fútbol, pero el tipo se limita a recordar lo que contó Carlos Raimundi en 6-7-8. “Mi hijo me preguntó preocupado: ‘Papá, ahora que murió Néstor, ¿nos van a sacar el Fútbol para Todos?’”.
El tipo quiere, más que escribir de fútbol, contar sus vivencias y concluir con que en estos días tuvo la convicción de que es capaz de dejar cualquier cosa para defender un proyecto popular que deje espacio para soñar; que no les dé tregua a los poderosos; que consolide su política de derechos humanos y su política de acercamiento a los países latinoamericanos; que avance rápido en lo mucho que falta y especialmente en la justa distribución de la riqueza.
Pero el tipo sabe que todo se puede sintetizar en cuatro palabras que parecen venir de otros tiempos: la vida por Cristina.
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