Lunes, 8 de abril de 2013 | Hoy
CONTRATAPA
Por Osvaldo Arsenio *
Se propugna e idealiza en muchos países la “libertad” para hacer deporte. A menudo escuchamos esa frase grandilocuente, sobre todo en aquellos sitios en donde las más simples actividades lúdicas y hasta los derechos elementales se han convertido en mercancías que cotizan según las fluctuaciones del mercado. El deporte es ya un negocio mundial lucrativo, prestigioso y espectacular, y a veces es utilizado sólo desde una expectativa comercial.
Por ejemplo, todos admiramos al deporte de alto rendimiento de Estados Unidos y en particular a su extraordinaria natación. Sin embargo, desconocemos que más del 60 por ciento de los niños de 12 años afroamericanos e hispanos no sabe nadar y prácticamente nunca ha recibido clases de aprendizaje, según datos de la Universidad de Memphis de mayo de 2010.
En tanto, en Suecia, Finlandia o Dinamarca, más del 97 por ciento de los niños de esa edad aprendió a nadar en academias privadas o gratuitamente en la escuela pública.
Sucede que a menudo desconocemos la diferencia entre “libertad” para hacer deporte y “derecho” a practicarlo.
La libertad pone a veces de manifiesto el triunfo de los fuertes, voluntariosos y/o pudientes económicos, relegando a los que no logran encasillarse en esos dones particulares.
En cambio, si funciona plenamente el “derecho” de hacer deporte, se tratará de dar una oportunidad a todos los que, por distintas causas, no conocen o no pueden acceder a la concreción de ese derecho.
Muchas veces se asiste con desolación a charlas de personajes que ponen como ejemplo deportivo a seguir a países como Kenia y Etiopía, que encuentran “nichos” favorables en algún deporte y los explotan, contabilizando muchas medallas mundiales y olímpicas, resultados que maquillan así la ausencia casi absoluta de programas masivos y multidireccionados para sus jóvenes.
También hace años se escuchaban loas a la “sovietización” del deporte cuyos modelos, la URSS y la RDA, fueron tan restrictivos con las oportunidades de niños y jóvenes como sus rivales capitalistas, con la única diferencia de que la restricción no era de signo económico o étnico sino de alcance y cumplimiento de sus objetivos deportivos de alto nivel.
De esa manera, el balance armonioso de la mera práctica deportiva por placer, salud o encuentro con la naturaleza se ha desvirtuado en muchos países, en donde el deporte social se convirtió en una desinencia cada vez más pequeña y el deporte de alto rendimiento y el show deportivo son entronizados ante una mayoría que sólo observa, absorta e inmóvil, el espectáculo que se le ofrece.
A la crucial pregunta de qué es el deporte se la contesta de diversas formas. Hay quienes piensan maliciosamente el deporte como un ideal regulador del desborde hormonal de chicas y chicos ociosos. Otros le dan un carácter casi sacramental y hay hasta quienes se atreven a afirmar que representa la sustitución de la guerra entre los hombres, en una coreografía manipulada que muestra las tensiones de la misma y el inevitable resultado que fatalmente deviene con vencedores y vencidos.
No está claro si alguna de estas definiciones es total o parcialmente correcta; pero sí entiendo y aseguro que el deporte es una formidable herramienta inclusiva, como lo atestiguan el continuo crecimiento de los Juegos Evita y otros Juegos Regionales en los últimos años.
Jugar y sentirse perteneciente a un grupo que está jugando es una experiencia maravillosa, que debería reproducirse en todos los niños del mundo. Sin dudas sería una excepcional contribución para que sean más felices y que se proyecten como mejores ciudadanos.
* Director nacional de Deporte.
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